-Empezaremos aquí. –Dijo el Dr. Gallegos y señalo el diván. Fui a sentarme mientras él cogía la silla acolchonada moviéndola de su lugar, situándola al lado del diván. –Échate, recuéstate boca arriba, apagaré las luces.
Presionó el interruptor, los fluorescentes se apagaron, el techo era azulino, en la pared más cercana había un cuadro de una laguna, alrededor algunos diplomas y certificados.
-Cierra tus ojos sin esfuerzo, muy lentamente. –Lo repitió una vez más al ver que mis ojos se cerraron con brusquedad, entonces le hice caso, junté los parpados de la forma más lenta que pude, noté entonces que éstos temblaron en el tramo, me era muy difícil cerrarlos con lentitud. –Deja que tus parpados reposen por sí solos, ahora entreabre las mandíbulas para que también se relajen.
Con un dedo hizo presión en un hueso cercano a mi boca, me dolió bastante. Me explico que la tensión y el estrés se reúnen en los ojos y las mandíbulas, que antes que todo debo relajarlas primero a ellas. –Empieza ahora por tus hombros, deja que caigan, que la sensación de relajo fluya por cada articulación, primero desde tu cara hasta la punta de los dedos, deja que tu cuerpo caiga, tu cuerpo se relaja, se laxa, tus rodillas, tus pies, cada tendón se distiende, en tu cabeza, piensa que cae una luz liberadora, cada poro de tu cuero cabelludo se estremece, te invade una brisa fresca, te envuelve un adormecimiento total…
Pronto al mismo tiempo que me hallaba muy liviano, sentía todo el peso de mi cuerpo, es una de las pocas veces que logras entenderte a ti mismo más que como un recipiente de algo esencial, de pensamientos, había cruzado un par de pasos de la línea que separa la mente del cuerpo, pues era puro pensamiento, puro sentir, no aparecían recuerdos intrusos, esos que se entrometen con violencia, todo lo que veía era lo que el doctor me decía, guiándome hacia terrenos interiores de equilibrio.
-Si me puedes escuchar aún, levanta el dedo índice de la mano izquierda. –Sí lo podía escuchar, aunque algo distante, y si su voz como una soga que me mantenía entre el fondo del pozo y la superficie luminosa dejaba de sonar, solo hubiese caído sin más ni menos. Caer, y penetrar esa desconocida oscuridad. Levanté mi dedo todo el tiempo consciente de su peso, al bajarlo fue igual.
-Muy bien, pasemos a la fase dos, respira despacio, lento, pero prolongadamente, el aire llena tus pulmones, parte del estomago, y exhala por la boca, sin prisa, muy lento, vuelve a hacerlo, una y otra vez, será un promedio de nueve respiraciones profundas…
Por cada respiración dejaba de sentir el peso de mi cuerpo, ya no era carne, ya no era piel, no era huesos, por el momento tan sólo era mente, e incluso empezaba a creer que en unos minutos más dejaría de serlo, pensaba que de repente la mente era otro tipo de recipiente, que dentro de ella yace algo aún más esencial.
-Si me escuchas levanta nuevamente el dedo índice. –Si… claro que podía escucharlo, lo que no podía era levantar mi dedo, entonces lo visualicé, lo ví levantarse, pero en ningún momento sentí su peso, pero creo que lo había logrado, pues el doctor volvió a decir. –Muy bien… pasemos a la fase tres, voy a levantarte un brazo haber cuán relajado estás. –Lo levantó de la muñeca y lo soltó al instante, mi brazo cayó sin vida, flácido, laxado. –Quiero que repitas en tu mente lo que voy a decir, sin hablar, dilo para ti mismo… me gusta estar así, me siento muy bien, nada me perturba, puedo estar así cuando me plazca, tengo tranquilidad interior, soy capaz de superar cualquier conflicto… me gusta estar así, me siento muy bien, nada me perturba… puedo estar así…
… Cuando me plazca… tengo tranquilidad interior… soy capaz de superar cualquier conflicto… me gusta estar así… Escuchaba mis palabras, desde mi voz aunque como si fuesen ajenos a mí, es decir, desde afuera…
Es todo, levántate. –Aquella última palabra me devolvió al cuerpo, pude escuchar mis párpados abrirse como inmensos portales, otra vez aquí, en mi recipiente, que respira, es sensible, se alimenta, bebe, duerme, se enferma, pero estaba aquí y el contento conmigo mismo predominaba sobre cualquier otra sensación corpórea, había regresado con la idea de que este es un recipiente muy inteligente, que dentro de él coexisten toda clase de respuestas, lugares, rincones secretos, refugios plenamente personales.
-Siéntate. –Me dijo, él ya lo había hecho, tenía los codos en su escritorio, abajo un folder con hojas blancas de los apuntes de nuestra primera cita. Me senté, estaba muy contento, había un cosquilleo dentro de mi. Mi pierna no temblaba, podía depositar mi mirada en la suya sin ninguna intensión de interrumpir el nexo, me sentía seguro y muy relajado.
-Gabriel, esto fue sólo una introducción, una preparación, debes practicarlo por tu cuenta en lo sucesivo antes de levantarte, y antes de dormir, con la práctica no necesitarás más de diez minutos para alcanzar una relajación profunda. Luego en la próxima cita veras que no te será difícil contarme un poco más de ti. Me refiero a todo lo que te fue difícil responder ayer. Es común, la mente tiene mecanismos de resistencia, son medios de protección, así nomás alguien no puede hablar de sí mismo. Te voy a recetar dos pastillas.
Arrancó un papel del recetario, escribió el nombre de los medicamentos, Finul 50 mg y Clonazepan 0.5 mg, las indicaciones las escribió atrás, mi próxima cita sería el martes.
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