domingo

Tras los muros...


… de ese Sauna, que a esas horas de la madrugada estaba cerrado, él se puso de rodillas, sólo bastaba subirle esa delgada y translúcida tela que usaba como falda, su trasero quedaba libre, sin ropa interior, el muchacho se agachó también desabrochando su correa, luego el botón del pantalón, luego el cierre, aquel culo cuya forma y volumen no podía ver debido a la total oscuridad pero sí recordaba cómo lucía mientras cruzaban la pista, y ahí sólo podía percibir la textura de su piel pasando sus manos abiertas en ambas nalgas, acariciando, arrimándolas una de otra, palpando en la apertura la cabeza de su miembro rígido y tieso, deseoso de ser cubierto de punta a base por la carnosidad lúbrica y tubular de sus entrañas.

Así, sin protección, no había miedo, contraer una terrible venérea estaba lejos de sus temores, tan sólo quería consumar la penetración de una vez, y ayudándose de la mano izquierda hundió al principio con lentitud pasando el primer nivel, luego el segundo donde ya se hallaba a la mitad, por último, todo el cuerpo, unido jadeante, hundido lo más posible, prosiguió pegándose más, una y otra vez, resbalando en su interior, mordiéndole el hombro, lamiendo su oreja, abrazando su pecho de busto duro y artificial, buscando sus pezones, arrimándolo más y más a esa fría pared, envistiendo su cuerpo, sus  prominencias, perdiendo la noción del tiempo, espacio, agotando su apetito desmesurado debido a la bebida.

No satisfecho aún movió su cuerpo al lado donde no había pared y ambos cayeron al suelo, todavía bien pegados, él muy adentro persistía en la tarea de friccionar hasta venirse en su interior, brindándole un tibio chorro de su esencia, sobre ese piso rugoso. El clima frío de la madrugada lo hacía ponerse flácido por ratos, pero luchana por excitarse, luchaba por funcionar, lo sacaba, se ayudaba con una mano masturbándose hasta alcanzar de nuevo el grado de dureza requerido, volvía a penetrar, hasta el límite, apretando sus glúteos, endureciendo las rodillas, impulsándose con los muslos, provocándole dolor, y sus gemidos eran dosis de energía, estímulos, para el clímax que ya estaba cerca se avecinaba con el adormecimiento, el hormigueo en la columna, el incontrolable temblor de párpados, la respiración brusca, la lengua afuera, el grito sordo, la distención, el chorro fluyendo en su interior, la momentánea tensión mientras éste se escurre por los interiores de su ser, el cuerpo desplomado y débil sobre el suyo, algo tembloroso… el retorno abrupto de la consciencia, los sentidos nuevamente, vuelven a funcionar, el olfato percibe olores desagradables, el tacto percibe la tierra, el polvo, el frío, el oído el susurrar de las avenidas, el gusto la espesa saliva, la vista todavía confusa perdiéndose en el laberinto de oscuridad.

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