Hablaban de sus aspiraciones, ambos futuros artistas, uno un músico famoso, el otro un pintor exitoso. La única que no hablaba de sus sueños ni se la pasaba imaginando su inverosímil futuro era Alexia, la ex de Miguel, llegó media hora después con su uniforme azul de “Cenfotur”, los encontró tirados en la cama con el volumen alto de un rock estridente, Miguel revisaba sus mensajes del Facebook, Aldo fumaba un cigarro al lado, ambos sin zapatos y algo sudorosos, el pequeño cuarto no tenía mucha ventilación.
Verlos así generaba cientos de cosas en la cabeza de Alexia, es que desde que Miguel le presentó a Aldo siempre dudó de su sexualidad, por su timbre de voz, su manera de caminar, su mirada tenue y los labios femeninos, además de ciertos detalles de su vida, como el que él mismo contó, que hace tres meses no salía con ninguna chica, pero aquella confusión desaparecía a los pocos minutos cuando se daban el beso en la mejía y Aldo rosaba su muñeca con disimulo, sus miradas se encontraban. Alexia se remontaba a los instantes tensos y excitantes que vivían juntos cada vez que Miguel salía a la tienda. Justo, lo que iba a suceder en unos minutos, Miguel se pondría de pie, les pediría algo de dinero, él no pondría nada porque como el mismo decía, “Yo pongo el cuarto”, y se iría a comprar unas cervezas. Al cerrarse la puerta Alexia se echaría en la cama sobre Aldo y lo besaría de forma incesante, sin mencionar palabra.
Cada sábado era la misma historia, sabían cuanto demoraría Miguel hasta regresar de la licorería, tendría que ir hasta la rotonda por la comisaría, pasar el arco, cruzar circunvalación, caminar tres cuadras más hasta la tienda de Augusto, todo eso le llevaría algo de veinte minutos, suficiente tiempo para Aldo y Alexia, suficiente para deleitarse en la cama como dos conejitos, pegados, forcejeando, husmeándose, apretándose con frenesí, mordiendo los labios, chupando el cuello, jalándose la ropa.
Sin embargo Miguel al llegar a la comisaría se detuvo, es que recordó que le faltaba algo, las botellas. Que tonto, se dijo, entonces volteó de regreso riéndose todo el tiempo de sí mismo, cortó camino por el mercadito, ingreso a la plaza, echó un ojo al puesto de DVD´s, ninguna película lo convenció, prendió un Marlboro, abrió la puerta de fierro, subió los dos pisos.
Su cuarto, siendo tan pequeño y más aún por el espacio que ocupaban sus instrumentos (la batería, la guitarra), además de la cama, el televisor, no había donde ocultarse, apenas uno abriera la puerta vería de inmediato en un vistazo todo lo que esté sucediendo. Y lo que sucedía para entonces, era Aldo de pie con Alexia agachada a la altura de su ombligo, por supuesto, la boca un poco más abajo del ombligo.
-¡Concha su madre! –Dijo Miguel entrecerrando los ojos, el brazo izquierdo empujó la puerta y ésta golpeó fuerte la pared. Alexia se fue para atrás, su espalda se dio con la cama, Aldo volteó un poco la cintura para subirse el cierre, ninguno dijo palabra alguna, todo lo que hablaban lo decían por dentro en sus mentes, insultos, berrinches, putadas.
-Maldita sea, carajo… maldita sea… –Miguel había entrado, la puerta se cerró tras de sí, no cesaba de maldecir mirando el piso, la pared, por ratos mirándolos a los dos. –Es que, ¿Qué fue? ¿De qué me perdí todo este tiempo? –Los labios de Miguel, de rato en rato de lo duros que se mostraban se ablandaban para formar una risa de dos a tres segundos, luego volvían a endurecerse. –Díganme una cosa… ¿Esto sucede siempre? O se les ocurrió ahorita. –Rió una vez más.
Tras acomodarse el pantalón Aldo lo miró no tenía claro que debería decir, en efecto no había mucho que agregar, además para Miguel todo estaba suficientemente concreto, incluso en ese instante venían a su cabeza detalles que en semanas anteriores no les había prestado importancia, los calificaba como débiles paranoias, el no era de andar juzgando las miradas, las frases en doble sentido, la complicidad, a pesar que entre Aldo y Alexia había mucho de eso, a él solo le bastaba arrimarla a su lado o besarla directamente en la boca y Aldo empezaba a respetar un poco más los espacios. Lo consideraba un buen amigo aunque en el fondo un perdedor, y Alexia para él era una tipa ingenua con quien pudiese jugar como quisiera.
-Miguel, veras, hay que discutir esto en otro lado.
-¿Así? ¿Afuera?.. ¿Acaso quieres que nos mechemos?
-No… no dije eso… que tal si… mira… lo que pasa es…
-¿Qué más quisieras saber? ¿Y para qué? –Dijo Alexia, ya no se esforzaba por ocultar su rostro, los titubeos de Aldo le infundieron coraje. –Nadie te debe aquí una explicación, que yo sepa ya hemos acabado hace buen tiempo.
-Bien, y ¿Por qué, elegir mi cuarto, por qué, por qué no irse a la casa de Aldo, o a algún puto hostal?
-Todos aquí somos patas, te venimos a visitar porque nos caes de puta madre, y se ha hecho una costumbre cada sábado, beber un rato y platicar. Sé que aún entre ustedes hay una vaina, porque aún se besan y no se… bueno… supongo que no es nada serio. –Dijo Aldo, luego perdió su repentino arranque de elocuencia, quedó sin más palabras.
-Claro que entre ella y yo aun hay algo, difícil que desaparezca, la conozco desde hace buen tiempo, aunque déjame decirte, tan perra no creía que era… amigo… para tu información, con ella tiramos los martes y los jueves aquí, y dime… ¿Cuál es el horario que arreglo contigo?
Aldo volteó los ojos hacia Alexia, ella tenía la mirada clavada en Miguel con una expresión inquisidora.
-Nada, solo la he visto estas veces que vengo a tu cuarto y ella está.
-Bueno chicos, mejor que todo quede aquí, yo me voy. –Dijo Alexia, cogió el pioner donde llevaba sus separatas, se puso los zapatos. A Miguel le era imposible borrar esa sonrisa desquiciada que desde hace rato se aproximaba a sus labios, y ya se había instalado en ellos, Alexia dio unos pasos hacia la puerta, Aldo se agarraba la frente, inseguro, turbado. Estando solos no sabía que más podría ocurrir. Tampoco estaba tan alarmado, si se ponía a pensar mejor, se daría cuenta que la situación no era tan incómoda, Alexia parecía indiferente, Miguel solo parecía fastidiado de que todo haya sucedido en su cuarto, la personalidad blanda de Aldo era lo único que le hacía sentir culpable, como una especie de traidor.
-Aún no te vas Ale. –Dijo Miguel. –Retrocede.
-Me voy y punto, muévete. –Respondió Alexia, cogió la mano que Miguel había puesto como una barrera, no pudo moverla, Miguel la empujó del pecho, ella retrocedió tres pasos, sus papeles se cayeron. Entonces Aldo quiso intervenir, se aproximó a Miguel con la intención de apartarlo hacia la puerta, sabiendo que así nomas no podría hacerlo, Miguel era mucho más robusto y rápido, cuando Aldo se acercó a enfrentarlo no le fue nada difícil cogerlo de los hombros y darle con la frente en el tabique, el impacto no difería de una piedra justo en su cara, lo mando al suelo con una incesante hemorragia en la nariz, ahí recostado aprovechó para tirarle cuantas patadas pudo en el pecho, la boca del estomago, y la cabeza. Aldo quedó con un dolor y un mareo tal que le quitaron toda facultad para defenderse.
-¡Cállate! Cierra tu jodida boca. –Ordenó Miguel apuntándole con el dedo a Alexia, ella se tapó la boca para evitar gritar, empezó a sentir temor, miraba la puerta, sus papeles en el piso, Aldo sangrando en el rincón, Miguel en frente suyo acercándose, no le quedaba de otra que alejarse hasta donde pudiese, y eso era ir hacia atrás en el colchón hasta llegar a la pared, y con ella Miguel también avanzaba, poniendo las rodillas en la cama, hundiendo la espuma.
-Aldo… Aldo… Vamos, no te vas a poner a dormir justo ahorita… recién empieza todo, has un esfuerzo y abre los ojos. –Decía Miguel con ironía subiendo las manos por las canillas de Alexia, ella temblaba aunque aún se mantenía pendiente de algún descuido para tirarle alguna patada o golpearlo con algo que tuviese al alcance, al mismo tiempo se preguntaba qué era lo que quería Miguel, su actitud agresiva le extrañaba. Tampoco tenía claro por qué de pronto la tocaba mientras le hablaba a Aldo que tenía los ojos cerrados y a las justas parecía respirar.
-¡Basta! ¡Ya te pasaste lo suficiente! Aldo no está bien…
-Yo creo que sí… así está bien… así no nos interrumpirá… está como debe estar. –Respondió Miguel derrochando en su tono de voz una venenosa serenidad.
-¡Ya déjate de huevadas Miguel! –Alexia levantó una pierna para empujarlo, no le sirvió, a Miguel nada lo hacía desistir.
Y más y más sus acciones se fueron encegueciendo, actuaba desprovisto de consciencia y discernimiento. Actuaba por puros reflejos e impulsos desmedidos, sin juicio alguno. Tomando a la fuerza el cuerpo de Alexia, sujetándola para evitar que se siga retorciendo, si veía necesario golpearla para que coopere lo hacía sin importar donde, los puños en la cara servían para que al fin ella cesara de intentar escapar, Miguel estiraba la blusa, rompiendo los hilos de los botones, cuanta piel desnuda encontraba empezaba a lamer y morder, así la desnudaba mientras sus lascivos deseos se incrementaban al ver sus senos y su vientre descubiertos.
Alexia ya no hacía nada para detenerlo, estaba lejos de sí, tardaba en reaccionar y no definía bien lo que estaba sucediendo, Miguel continuaba con la tarea de quitarle la ropa, ahora arrimaba el pantalón hacia abajo, se deshizo de la trusa blanca, empezó a quitarse el jean, tan solo lo hizo hasta las rodillas luego se echó encima, escupió la palma de su mano para lubricar su erección. Durante el tortuoso coito su rostro estaba muy cerca al de ella, lo que menos quería era verla, encontrarse así reducía su éxtasis, cogió la almohada para cubrirle la cara, de inmediato se sintió más cómodo y libre, presionando con los puños los extremos arremetió contra su cuerpo con total frenesí, sin cuidado, con violencia, saciando al límite su apetito, los brazos de Alexia se tensaban, sus muslos también, la asfixia hacía que sus extremidades se pongan rígidas. Cualquier movimiento resultaba inútil con Miguel encima alimentándose de su lenta agonía. Bajo la almohada sentía los huesos de su rostro, presionaba tan fuerte que ésta tomaba un poco la forma de sus pómulos y nariz, como una máscara, Miguel recostaba la cabeza buscando por encima de la tela sus labios luego se recostaba como para descansar, sus ojos apuntaban hacia Aldo, inmóvil, en el suelo, la sangre se le metía a la boca desde las fosas.
No tenía idea cuánto pasó desde que al caer al piso perdió la consciencia. Se levantó como un resorte, fuertes espasmos en el vientre y las costillas lo atacaron, tenía en la garganta algo acumulado como espesas flemas, a pesar del dolor las arcadas le obligaron a expulsar todo, dejó salir un chorro de coágulos oscuros y burbujeantes hacia el piso, perdió fuerzas y se dejó caer nuevamente al piso bocarriba. Notaba la pintura descascarándose del techo, el foco que botaba luz amarilla. En el cuarto nada parecía moverse, sólo él por su respiración, sus leves temblores en los brazos, los únicos sonidos provenían de afuera, se oían lejos, aunque había uno en especial que sonaba quizá un poco más allá de la puerta, por las escaleras, era la voz de una señora, hablaba agitada, nerviosa, muchas palabras a la vez.
-¡Hay dios! es horrible, pero… El joven Miguel vive ahí, ¡Pero no está! ¡No sé qué pasó señor! La puerta estaba un poco abierta, no vi salir al joven, solo vi... –Aquellas palabras lo regresaron de inmediato, Aldo recordó todo, miró a su derecha donde estaba la cama, intentó ponerse de pie. – ¡Alexia! ¡Alexia! –Logró subir la mitad de su cuerpo agarrándose de la tarima.
Vio un cuerpo desnudo e inerte, una almohada le tapaba la cara. La desesperación reunió de todos los rincones de su ser suficiente fuerza, se irguió de pie, se acercó a ella subiéndose al colchón, quería arrimar la almohada de su rostro, la tocaba haber si había alguna esperanza de que reaccione. La puerta se abrió, el no volteó a ver quien entraba, los oficiales le ordenaron que se aparte del cuerpo, al no hacer caso se acercaron tomándolo de los hombros y arrastrándolo lo llevaron hacia afuera…
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