martes

Al escribir.


El silencio es una utopía, un lugar imposible, un estado de consciencia, algo que en realidad solo depende de ti, ya que el silencio puede que sea solo tuyo, imposible de compartir.

Un sitio donde acudir, un túnel subterráneo en el laberinto de tus fantasías. Ves que para llegar a él no sólo hay que soñar, sino, ya dentro del sueño sugestionarse.

Acá no hay silencio, acá no hay sueño, acá está tu inquieto ser destilando tinta azul en un papel cuadriculado, sobre una mesa triangular de vidrio, en un departamento amoblando con dos habitaciones, en una de ellas dos seres buscan el silencio, justo en el momento de palparlo volverán a la ruidosa realidad.

Los tres cafés que bebiste te impiden encontrar el silencio, ¿Acaso es necesario dormir? No… por eso estas escribiendo, por eso intentas caer en algo así como soñar. Escribiendo encontraras tu silencio, que no quiere decir ausencia de sonidos, sino abstracción, mediumnidad, automatismo, encontrarte dándole forma a otra realidad, soltando y soltando palabras de dudosa congruencia, dudoso sentido, dudosa procedencia, dudoso fin.

Al final todo es dudoso, todo, música instrumental, baldes de pintura derramados en la pared, recortes de periódicos y revistas en un cajón, distintos líquidos fluyendo en un recipiente común, es un mosaico de arbitrariedades que si por cuestiones del azar tienen gracia es por la misma razón que hay cuando encuentras una escena o un rostro en una mancha de humedad, la espuma de un mate, las figuras distorsionadas al otro lado de un cristal.

Escribir es hacer contacto, estar horas de horas registrando señales en un radar o con los audífonos intentando captar algún zumbido del cosmos, emocionarte cuando algo pasó cerca y casi lo viste y tienes permiso para suponerle un principio, un por qué, sin querer solamente presionando a tu parecer las teclas de ese piano, creas un destino, un Adán, un Edén, un pecado, un apocalipsis, por supuesto una redención, decisión tuya optar por una eternidad en el paraíso, en el infierno, o un renacer sin memoria.

Hay tantas cosas que suenan, afuera la calle bosteza, tiembla de frío, acá adentro todo respira, se estremece, las tuberías roncan, el pasadizo suspira, un momento ¿Acabo de describir un silencio?

No es una puerta, ni una ventana, es un puente colgante, por ende no tiene cerraduras ni pestillo, cuando el silencio permite construir el puente, todo lo que está al otro lado puede cruzar, hay un momento en el que el puente está aglomerado y se rompe. Es que ésta no es una metáfora, lo que estaba en medio se cayó, murió y tu lo viste, está perdido. Trato de decirte que ésta no es una metáfora, algunas cosas no cruzan pero las ves caerse al vacío.

Al escribir ves cosas, aunque a veces son esas cosas las que en realidad están viéndote a ti. Saben ocultarse rápido cuando volteas o miras bajo la mesa, si dejas el texto a medias ellas te acompañaran y te estarán observado el resto del día, te fastidiarán por la noche, te harán madrugar exigiéndote un final, pero no puedes darles siempre lo que quieren, sino se vuelven caprichosas, hay que ponerles cierta disciplina, un buen padre hace eso, al menos así dice en los manuales. Conmigo no funcionó. Han caído en rebeldía, no están cuando las necesito, y aparecen cuando no deben, están incontrolables, me veo obligado a estar subyugado a ellas, por eso cuando me visitan lo dejo todo, para escribirlas.             

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