Siempre me decía que me siente sin poner los zapatos en las sábanas, pero a esas horas ya no importaba, yo las pisaba y el también, nuestras ansias radicaban en de una vez sentir la suave sustancia invadiéndonos. César preparaba con ahínco los cigarrillos, vertiendo el polvillo dentro, luego pasando la llama por fuera hasta que el papel se oscurezca y entonces estaba listo para ser fumado. Él le daba las primeras pitadas, e interrumpido por mi ansiosa mirada me lo entregaba diciendo, Aspira despacio, suavecito, para qué no se deshaga. Claro yo nunca le hacía caso al tenerlo en mis manos sabía muy bien que no podría evitar aspirar con fuerza, teniendo en mente aprovechar al máximo la dosis, él no me lo reclamaba, al menos que me demorase mucho estiraba la mano para pedírmelo. Así iba y venía de nuestras manos hasta haberse consumido toda la pasta junto con el tabaco, quedando un trocito de cartón enrollado al que le decíamos turbo, que se ponía en vez del filtro para facilitar la entrada del humo por los túneles orgánicos de nuestro cuerpo hacia la sangre, el corazón, el cerebro, donde nos invadía un estremecimiento seguido de una ola de intensa paz interior, de reflexión, de inmovilidad, nuestras miradas fijas en donde sea atravesaban la materia, veíamos el espacio, pronto la nada, luego una fuerza inevitable nos traía de nuevo a la superficie de la realidad, pero con ella terribles ansias de una dosis más.
Habíamos pasado cuarenta minutos caminando por las calles de San Luís buscando algún consumidor dispuesto a vendernos unos cuantos paquetitos, en el parque de la Quinta no había nadie a excepción de varios Serenos con sus bicicletas, por la facultad de Odontología tampoco, continuamos de frente hasta la avenida San Juan, Donde César me aseguró siempre había alguien vendiendo, pero no hubo nada. Al retornar para mis adentros yo había decidido retirarme, esperaba llegar a la Avenida del Aire voltear y entrar al Condominio, justo en esa esquina un taxi frena para dejar un pasajero, era un enclenque de polo azul y jean negro, al instante Cesar me dijo con seguridad, El es un pastelero, yo creí que era la angustia que lo había vuelto loco ¿Cómo diagnosticar algo así en tan pocos segundos? Pero después vi que quizás no estaba equivocado, porque el tipo caminaba con las manos juntas a la altura del pecho, la cabeza inclinada: estaba preparando algo y pretendía hacerlo con disimulo.
Nos animamos a seguirlo, pronto estuvimos a su lado, unos metros antes discutíamos sollozando quien será el que lo aborde, al final fui yo quien le preguntó lo más breve posible si tenía unos quesitos para vendernos. Se hizo el despistado, nos preguntó, ¿Cómo? ¿Qué?, para entonces ya habíamos visto su cigarrillo arrugado en la mano, por lo tanto no había duda que sí tenía. César volvió a hacer la misma pregunta, ¿Tendrás unos quesitos que nos vendas? recién contestó, Primero acompáñenme a fumar éste, luego hablemos de negocios.
De esa manera conseguimos siete paquetitos, recién íbamos por el segundo, habíamos entrado a su departamento a la espalda de la avenida Rosa Toro, recién era la una y media, teníamos toda la madrugada por delante.
El suelo estaba lleno de botellas vacías, en una mesa chiquita había una de Ron a la mitad con dos vasos de vidrio también a la mitad, nuestro ritual de intoxicación partió desde las ocho de la noche, junto a Diego un amigo que vivía dos casas a la izquierda, y Diana la ex de Cesar que aun no podía concebir la ruptura de la relación y se resignaba a pasar momentos junto a él como amigos con derecho a roce. Estábamos jalando coca, fumando hierba y bebiendo cervezas, la música circulaba entre la electrónica, el rock, y el reggae, eran los tres ritmos que iban acorde con nuestros estados psíquicos. A las 12:30 Diego se puso de pie diciendo que por motivos urgentes en el trabajo no podía quedarse hasta más tarde, nadie piteó, igual sabíamos que no era cierto, teníamos claro que su rumbo era Las Cucardas, hace un par de semanas nos narró con mucha excitación cuando fue con un grupo de amigos, eligió a una puta llamada Karen que se dejó armar un par de líneas en la columna, luego ella también quiso, ambos desnudos jalaron antes de fornicar, era obvio que quería repetir la experiencia. Al pasar media hora, Diana decidió irse, lucía enojada, es que César le fue indiferente a sus insinuaciones desde que empezó la noche, cuando se fue me dijo que estaba arto de ella, que si le terminó fue para no verla más, pero resulta que ella continuaba buscándolo, Ya ni ganas de tirármela tengo.
Habíamos cogido la manía de emprender grandes sesiones de dialogo una vez nos quedemos solos, la semana pasada compré dos chamos, lo acabamos en unas tres horas, esnifábamos sin piedad, sin ningún receso, remojando la garganta con tragos de whisky, además los cigarros, el ingrediente infaltable. Ese sábado no hubo suficiente dinero, y el que tuvimos ya nos lo habíamos gastado, bien me citó César una vez, La pasta es la coca de los pobres (Por su bajísimo costo) yo no estaba tan de acuerdo, pues cualquiera que la pruebe se daría cuenta que tanto el sabor como el efecto son agradables, yo la compraría teniendo mucho o poco dinero. El motivo importante por el que no se debía hacer eso, por el que teníamos que verla como la última de las opciones, era su fuerza adictiva, a parte de lo mal vista que era por cualquiera, también por nuestros conocidos, incluso por nosotros mismos. Las madrugadas se plagaban de gente solitaria o en pequeños grupos que se ponían a fumarla en las zonas oscuras del parque, en las avenidas, por algún rincón de algún edificio, precisamente eso es lo que nos causaba un silencioso temor, pensar que podríamos quedar así. Fumar en el departamento de Cesar era seguro, nos hacía sentir lejos de ese turbio fin a pesar de saberlo un terrible autoengaño.
Pasar noches enteras fumando, tomando, aspirando de todo, era algo que se daba si o sí cada fin de semana. Era lógico que algún día mi cuerpo tenía que responder a tal abuso, pero éste siempre era acallado por las falsas mascaras de energía, valor, alegría, todo lo que me hacía resistir hasta el amanecer, por lo general terminaba desmayado en medio de un muladar de cuerpos semidesnudos, o en el suelo de alguna casa que con grandes esfuerzos de memoria descubría que pertenecía al amigo, del amigo, del amigo, de algún conocido mío. Tenía la colilla entre los dedos, un par de centímetros faltaban consumirse, como había quedado inmóvil como un maniquí sonriente césar me lo arranchó. Esa vez mi cuerpo respondió como debía responder, sin dejarse cubrir por ninguna máscara, quiso que lo escuchen, luchó por lograrlo, cuando lo consiguió yo ya no pude regresar, estaba fuera, había muerto.
Ocurrió al sexto cigarrillo, que ironía que ese aya sido el que más disfruté, porque me hizo recostar en la pared cargado de relajo, mis ojos veían hondas transparentes de tenues colores hipnotizándome, César estaba al frente haciendo no se que, mi visión distorsionada no lo podía definir, veía su silueta borrosa también recostada en la pared, su cara me miraba, de repente me estaba diciendo algo, quizá lo que siempre solía decir, ¿Qué tal el viaje Dani? Yo estoy en otras Brother… luego lo pude escuchar, no me decía eso, sino repetía mi nombre una y otra vez, pronto me di cuenta que subía el volumen de su voz, ahora lo gritaba acercándose, ¡Daniel, Daniel! ¡Puta madre! ¡Daniel! El tacto de sus manos apretando mis mejillas desesperado porque reaccione, es el último recuerdo de cuando aún pertenecía a mi cuerpo. Porque después tras una punzante sensación de frío, se partió en dos la realidad, luego me escuche gritar con pánico mientras algo me tragaba y creó que yo me negaba a ceder, claro que fue en vano, pues luego me encontraba donde estoy ahora, en el vacío. Todo lo que veo sin necesidad de mis ojos parece insensible a mi extraña presencia, aunque todo emite sonido y despide débiles halos de luz, no puedo palpar nada y nada me palpa a mi, existo y no a la vez. No se si debería hablar de minutos o segundos, quizá eso ya no tenga sentido aquí, nomás sé que luego de un momento el remolino etéreo a mi alrededor se disipó. Ante mi estaba la espalda de César, rogaba por encontrarme algún signo de vida, aún guardaba esperanzas, fue grande el susto que se llevó cuando vio salir por mis fosas dos filas de espesa sangre oscura, comprendió que lo que tocaba era un cadáver. Lo vi soltarme como si no resistiese el hielo de mi piel, no soportaba ni siquiera mirarme, se alejaba de costado con la cabeza agachada, su miedo me afectaba, lo percibía como parte del espacio flotando invisible igual que yo. Se arrimó hacia la esquina donde encogió sus extremidades igual a un niño temeroso, no supe más que pasó ahí.
La misma fuerza que me alejó del cuerpo volvió a absorberme, esta vez con menos violencia, permitiéndome pasear por los nebulosos sitios donde me hacía aparecer, no eran sino lugares familiares, algunos muy rebuscados o perdidos, al verlos reaparecían ante mi muchísimos recuerdos, muchísimos detalles, el pasado y el presente se revolvían. Veía desde arriba una a una a las mujeres con quienes tuve aventuras, me comprometí, también las que me gustaron y nunca tuve el valor de conocer, dormían, soñaban, fue ahí que me di cuenta que solo las personas con quienes compartí momentos en vida me sentían quizá como alguna brisa inexplicable cuando en mi se encendía un fuerte deseo por estar a su lado. Al aparecer sobre mi madre ésta se despertó de un salto, prendió las luces, revisó los cuartos, se apretaba el corazón de tanta angustia, me mantuve cerca de ella observando la preocupación pasmada en su rostro, su miraba oscilaba entre el reloj y la puerta, después se vistió decidida a buscarme. Con tristeza di un paseo por los pasadizos de mi casa, por mi habitación donde en mi presencia los objetos que más solía usar reaccionaban con ligeros temblores, suficientes para alarmar a mi padre, mis tíos que vinieron de visita, mi hermana, todos percibiéndome gracias a algún nexo espiritual que interpretaban con temor.
Durante el recorrido por los paraderos de mi vida descubrí que iba en retroceso, lo que tenía no podía llamarse memoria, era algo más amplio, más capaz, registraba cada instante de mi existencia, pronto me entendía más y me quería menos, al culminar el viaje, era un manojo de experiencias frustrantes, de conocimiento, de amargura.
Que terrible, la vida fuera del cuerpo aunque diferente era la misma, me encuentro flotando ante mis recuerdos, y en ningún momento ceso de sentirme incompleto. Pienso que este es el infierno, mi infierno, hay momentos en los que caigo en algo parecido al sueño humano donde me siento tranquilo con la sensación de que se abriera un camino nuevo hacia un lugar pacífico, en ese instante escucho el llanto de mi madre, sus reproches, sus lamentos, es como despertar, vuelvo a encontrarme en este espacio incierto, lleno de voces, reflejos, destellos, penumbras, reaparecen en mi necesidades de la carne imposibles de saciar, hambre, sed, además cuanto desearía tener manos, pulmones, encéfalo, para hacer posible experimentar un momento la sensación de escape que solo otorga la administración de una dosis más.
6 comentarios:
¿Porq escribiste ese relato? Es algo raro.
siempre hay una esperanza...verax q la encontraras !!!!
q e hax dicho aya sabes quien que ayer me mando un mensaje extraño...werever!!:(
Atenas que cojones hablas??
Y si!!.. pero luego llega un momento en donde te importa mas tu futuro qe el presente!!.. Espero y cambies de idea y te pongas a pensar en lo qe haces y lo qe ahora debes de hacer!! se qe suena muy fome y ñoño ala vez!!
Pero hay qe madurar!
O es qe tus historias son cada vez mas creativas y nace de una imaginacion incalculable!!.. sigo pensando qe tu blog es de lujo!!
Nos leemos
la gente se toma las cosas tan en serio? son relatos, buenos, pero relatos.
Eter: Anda no exageres, de todos modos, graciasn al menos quede contento con este relato.
Juan: Si pues se lo toman muy enserio.
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