jueves

Nunca se sabe cuando.

-¡Maldito animal! –Dijo Carlos- sostenía el palo de la escoba con ambas manos, mantenía los sentidos alerta para actuar apenas aparezca el roedor que se escondía tras la puerta del baño.
De pronto una mancha ploma salió corriendo a gran velocidad. Carlos mecánicamente lanzó la escobilla sobre el animal. Estando seguro que al fin lo tenía acorralado prosiguió a hacer presión, asfixiándolo, destruyendo sus órganos internos, experimentando un sádico placer. Desde el extremo opuesto del mango, Carlos podía sentir con el tacto el cuerpo del pequeño animal aún luchando por liberarse. Las manos concentraron toda la fuerza de los brazos, sus venas se llenaron de sangre formando ramificaciones en las muñecas. La rata chilló al mismo tiempo en que sus patas pretendían correr desesperadamente pero éstas ya se encontraban a tres centímetros sobre el suelo, sus esfuerzos eran inútiles. Cesó de moverse poco después que sintió sus costillas quebrándose como palillos de dientes.
Carlos soltó la escoba, dándose un momento para respirar, pasó la mano derecha por su frente para quitar una fracción del sudor que le chorreaba desde el pelo, hasta las cejas.
Inesperadamente vio que el cadáver del ratón empezó a expulsar grandes cantidades de sangre que a pesar de su apariencia espesa y viscosa no tenía problemas en esparcirse rápidamente.


Por el ambiente empezó a flotar un olor apestoso, el mismo que despide el “hot dog” sin refrigerar durante dos semanas.
Carlos se queda tieso ante la escena, mirando con terror la sangre aproximarse hasta sus pies desnudos. Recuperó la motilidad al ver como la sangre cogió la apariencia de una sabana roja que tenía por debajo un nido de gusanos que se retorcían formando indefinibles bultos. Los gusanos traspasaron sin problemas la capa de sangre, parecían reproducirse cientos de ellos por cada segundo.
Carlos abrió los ojos. Miró a su alrededor, la amarillenta luz de un poste ingresaba por la ventana generando sombras en la pared, palpó varias veces el colchón para saber si había algo similar a sangre espesa, pero todo estaba limpio. Se levantó.

Buscó en el primer cajón del closet la cajetilla de Hamilton que siempre guardaba debajo de su ropa interior.
Encendió el cigarro, parte del humo rozó la cornea, sintió ardor, pero le fue indiferente. Caminó hacia el baño, se situó frente al inodoro, descubrió sus genitales y se deshizo de toda la orina responsable de las sensaciones molestas que atacaban su vejiga, con la mano izquierda sostuvo el cigarro para soplar el humo junto con un quejido de placer.

Terminando de fumar, intentó botar la colilla por la ventana sin recordar que ésta estaba cerrada, la colilla rebotó y cayó en el suelo.
Se quitó el bivirí para cambiarlo por un polo anaranjado de cuello redondo. Reemplazó el pantalón de buzo, por un jean grisáceo, y se puso unas zapatillas “Nike”, sin ponerse las medias.
Se lavó el rostro hurgando con los dedos entre sus parpados para dejarlos libres de legañas, expuso el peine unos segundos al agua y con las gotas que quedaron suspendidas entre las cerdas se peinó echando el cabello hacia atrás hasta que quedase completamente achatado.
Buscó en el velador su reloj de pulsera hecho fundamentalmente de plástico y que tenía impreso en la correa la marca “Casio”.
5:45 am. Abrió la puerta y salió del departamento.

Se encontraba en el tercer piso de un edificio en la cuadra 17 de la avenida México. Guardaba su Station Wagon en una playa de estacionamiento que quedaba cruzando la pista.
Caminó por el pasadizo, bajó las escaleras, la pintura seca se descascaraba hasta formas extrañas figuras en las paredes. En el segundo piso, pasó por su lado una señora con secuelas de parálisis facial, maquillada grotescamente, vestida con una falda atigrada, y un polo escotado color negro, tenía de la mano a un chico que podía ser su hijo pero que realmente era su último cliente antes de amanecer.

Abrió la puerta principal. La oscuridad de la madrugada lo saludó, el viento soplaba intentando liberar sus pelos de la masa de suciedad que lo mantenía pegado al cuero cabelludo. Por la pista solo pasaba un micro cada diez minutos, en las veredas aún habían prostitutas esperando que el cielo se torne más claro para regresar a sus hogares.
Carlos hizo un puño y golpeó tres veces el portón metálico.
-¡Ya va! –dijo una voz desde el otro lado.
-¡Apura pues! –dijo Carlos.

Un hombre flaco abrió la ventanilla y al reconocer a Carlos, abrió todo el portón.

-¿Que paso? Ya debería estar abierto. –Carlos ingresó en busca de su carro.
-No, siempre abrimos a las siete. –El señor estiraba los brazos y bostezaba abriendo completamente la boca.
-Pero se olvidaron que yo siempre vengo a esta hora, bueno ya que importa. –Carlos abrió la puerta del carro, luego estiró la mano para entregarle dos soles. –Chau, nos vemos.
-Hasta luego. –Dijo el señor haciendo el mismo gesto que hacen los soldados al general.

Volteó el timón a la izquierda para dirigirse a la entrada de jirón Gamarra. Ahí se detendría a comer chanfainita en la carretilla de doña Isabel.
Enciende el radio, al instante empieza a sonar una propaganda de detergente “Sapolio”, en el asiento del copiloto había un letrero que decía, taxi. Tres cuadras después un perro callejero cruzó la avenida intentando no ser atropellado por Carlos.

Por el retrovisor nota que había un auto detrás. Llegando a la siguiente esquina otro auto se aparece, era color plateado de lunas polarizadas. El conductor presionó el freno justo delante de Carlos, las llantas soltaron un chillido estridente al detenerse sobre la pista.
Carlos tuvo un mal presentimiento. Del auto salieron tres hombres con pasamontañas, en sus manos sostenían pistolas. Dos de ellos flexionaron las piernas agachando el cuerpo para apuntar el arma directamente hacia Carlos. Uno de ellos se acercó a su lado y lo amenazo con matarlo sino salía del vehículo.
Abrió la puerta dejando salir del interior una canción de Camilo Sesto. Carlos sale con la cabeza agachada sin expresión en el rostro, con la piel temblando, la boca sin saliva, y una tormenta de emociones desagradables.
El hombre le ordena ir hacia atrás, Carlos voltea con las manos en alto y se encuentra con más enmascarados apuntándole a diferentes partes del cuerpo, el labio superior empezó a temblar, gotas de sudor salían de sus poros causando un cosquilleo, pero no vio propicio el momento para rascarse la frente. La voz le ordenó detenerse a la altura de la parte trasera de su carro.
El hombre se acercó a él, puso la punta del arma en su nuca y comenzó a revisar sus bolsillos, encontrando una billetera, un DNI, y trozos gastados de papel higiénico.

El hombre hizo un gesto de retirada, los motores empezaron a rugir, incluso el de su carro. Carlos volteó pero el hombre con el pasamontañas aún lo apuntaba.
Éste mirándolo fijamente presionó el dedo índice.
El disparó sonó con un eco que fácilmente se expandió por los callejones, pero antes de que el sonido sea captado por los oídos de Carlos su frente ya se encontraba siendo perforada por la bala que traspasó la capa craneana, surcó la materia gris, y salió por el lado opuesto de su cabeza abriendo un agujero entre sus pelos.
El cuerpo se desplomó de costado sobre la pista. Un sonido agudo punzaba el interior de su cabeza. Su piel sentía la salida desesperada de la sangre que se esparcía por el resto de su cara como una tubería rota. Sus ojos aún percibían los colores y las dimensiones, lo último que vio antes que su nervio óptico dejase de funcionar fue, SOU 397, la placa de su auto alejándose rápidamente hacia el horizonte.

15 comentarios:

CalidaSirena dijo...

Acabo de entrar por casualidad en tu blog y me han gustado tus relatos...seguiré leyéndote para seguir descubriéndote..
Besos cálidos de sirena

Silvia_D dijo...

Buenos dias , mira mi avatar, lo pille anoche, me lo pasó un amigo :), ahora te leo, es que me ha hecho gracia la coincidencia , gracias y besos

Silvia_D dijo...

Buen relato, te engancha desde principio a final, que bien relatas, desde luego si que es un final inesperado, arrinconado como la rata.

Me gusta leerte, si me despisto y publicas, por favor avísame que yo también ando algo estresada, muchos blogs amigos y poco tiempo.

Besos, niño y buen día.

El Diablo Des. dijo...

Al final somos solo unas ratas.

Gaviota dijo...

Buena historia que te hace leer una y otra vez para no perder ningun detalle

Las Lunas de Cleo dijo...

Desde luego, más sórdido imposible!
:-)))
Aisss, qué asquito lo de la rata no? Aunque no entrases en tantos detalles.....uff.....

Vaya final el de Carlos! Cómo si fuese la venganza del pobre animal!
En fin....que no somos nada ni nadie.

BESOTES!

Poeta Errante dijo...

Coincido con el diablo.

Besos amigo! Que andes bien

éter dijo...

en Lima todo puede pasar.. y pensar k io tngo casa en la Mexico cerca a Matute y blablabla...

ta paja tu blog ah!

alamos

Silvia_D dijo...

Pasaba por aquí :)

Besos

Srta. Maquiavélica dijo...

ohh oohh solo te puedo decir q me gusto el megapost, pero........
besos

*Tany* dijo...

Hola Juan Carlos!

la historia esta bien xvr me ha gustado mucho... bueno siempre es un placer leer tu blog, todos tus relatos son muy buenos (y)!

Un saludo


Tany*

Noche Hermosa dijo...

Me permito extenderte mis mayores felicitaciones mi querido JC, con cada relato que leo, veo que te superas a ti mismo..

Es un placer leerte :)

Saludos Nocturnos.

Jus dijo...

exelente...muy bueno ....siga cultivando esta pluma que va a ser grande...

ChAnd dijo...

¡Uffffff! Muy bueno y muy denso... no lo disfruté precisamente, más bien lo sufrí enormemente... ¿no hay esperanza posible?

Mi joven amigo... sigue, sigue... y abre, abre, abre la pluma con el corazón y las experiencias de vida...

Arkantis dijo...

Estoy con todos los que te han leido...tu relato engancha...

_Un besito