No recuerdo muy bien en que pensaba durante mis días de encierro en la habitación oscura de Ate, no recuerdo cuanto tiempo pasó exactamente, ni cuanto escribí, ni cuánto me masturbe.
Pasaba días enteros pensando en la chica que había sido mía y que ahora era de otro. Yo estaba frente a la computadora amarillenta que tenía la hoja Word en blanco, sin una sola palabra, no podía escribir nada. Supongo que mi ex chica estaba por algún lugar del mundo con ese tipo adinerado, que había llegado como un meteorito a mi vida para extinguir todas mis esperanzas de amor perfecto.
Pensaba en escribir pero por alguna extraña razón no podía me decía a mi mismo, que pronto todo esto terminaría. Jamás, incluso en los momentos más terribles le perdí fe a la vida. Jamás incluso en las circunstancias más amargas sentía la esperanza de que todo esto terminaría. Por eso seguía ahí enfrentándome a la hoja en blanco, con mucha hambre y sobre todo con mucha rabia por la chica que se había ido.
Cada vez que me iba a cagar pensaba; que mierda, si no he comido en tres días, entonces creía que Dios era bueno, que posiblemente era cierto eso de que estaba en todos lados, entonces era él quien entraba a mi estomago y depositaba trozos de carne, verduras, pollo o lo que fuese.
Salía una vez al día a ver el mundo, a la gente, me quedaba frente a un banco por horas, esperando que algún ladrón irrumpiera en escena e iniciase un enfrentamiento a balazos con la policía. Subía los cerros hasta que mis piernas dijeran ¡Basta!, luego me sentaba y alucinaba que de la tierra brotaría agua para convertir esa tierra en fértil y en poco tiempo aparecería algún loco diciendo que había salido de ese agujero para convertirse en rey, haría de ese lugar un imperio. Claro que nada de eso sucedería.
Al descender escribía alguna de mis alucinaciones y dormía agradeciéndole a Dios por hacer mi vida mierda. La gente siempre tiene lo que se merece, a todos algún día irremediablemente nos alcanza el karma; y ninguna experiencia engrandece más el espíritu que el sufrimiento.
Era durante mis veinte años, la vida, pendeja ella, me había puesto en cuatro y me la estaba empujando toda, una y otra vez; tranquilos es una metáfora nada más. Así como la gente cuando dice “Muchacho, la vida es como el mar, tiene altas y bajas” “Muchacho, la vida es como el limón, agridulce” no se ellos pero yo creo que la vida se parece sin exagerar, a una pelea callejera con un público desagradable riéndose de ti, en la que por momentos tienes que aguantar los golpes para conocer al enemigo, para captar sus debilidades, y darle ahí sin parar hasta el final, que dicho sea de paso perderás, sin importar lo que hagas porque al final de tus días morirás y no creo que lo consideres como una victoria, porque el espíritu ganador, siempre quiere más.
Ahí estaba en mi cuarto, tenía un poster, con personalidades diferentes entre sí, pero con algo en común, habían logrado éxito rotundo, dejado huella y algunos también mucho dinero. Estaba Calamaro, Bob Dylan, Dylan Thomas, Lord Byron, Axl Rose, Bukowski, Vallejo, Tego Calderon, Allan Poe, entre otros; todos con la mirada fija, primeros planos, Esperaba mientras me moría de hambre al menos llegar a formar parte de algún poster amarillento y arrugado de algún adolescente con aspiraciones artísticas.
Estaba controlando la furia que me producía cada día, me esforzaba en cada pensamiento que sobrevolaba mi cabeza con la esperanza de formar un texto que valiera la pena, sin embargo al corto tiempo caí en el pensamiento pesimista, de que posiblemente no era bueno para esto, y es probable que no lo sea, pero finalizar, al construir un párrafo del que pude sentirme orgulloso, pude sentirme también triunfador, por haber completado ese párrafo que a la gente ajena a tus pretensiones jamás se le ocurriría.
Así cada tarde con el ocaso y el cuerpo desnudo me sentaba en el sillón ajado para plasmar palabras que había perdido, traer a la mente a personas que me causaban tristeza, que me herían al retornar del pasado con palabras que creaban llagas de surcos profundos. Era duro ejercicio diario del cual salía destrozado, pero por las mañanas al leer cada palabra sentía que daba un paso más en esta difícil tarea.
Todos los amigos y todas las mujeres se habían ido, trataba de ocultarme incluso de mi mismo, y me sumergí en un mundo desconocido hasta entonces, era mi propio interior, un campo minado del que salí moribundo. Ya no era yo, era tan sólo una grafía olvidada en alguna pared por algunos vándalos; no me sentía contento; era entonces el momento preciso para comenzar a enfrentarme a la hoja en blanco.
Hubo un día en el que llamo la chica de mis sueños, mi nena diez, mi mujer ideal, estaba de vacaciones viviendo al otro lado de la ciudad, pero que era temporada terminaba y regresaría a su casa, me contó que pasaría cerca de mi desorden y que le agradaría verme, sólo como amigos. Yo no le veía ningún problema así que dije que la esperaría en un sitio conocido, un restaurante de comida rápida dentro de tres días.
Sabía que eso de vernos “solo como amigos” era una vil mentira, en el fondo ardíamos por una pasión desenfrenada, por encontrarnos solos sin moral, sin respeto, desnudos con mi juventud en la mano metiendo y sacando de su cuerpo.
Cuando nos encontramos en aquel restaurante nos quedamos mirándonos por unos instantes, sin saber qué decir y poco a poco como dos niños que descubren algo y tienen miedo de tocar, nos acercamos y nos besamos, poco a poco fuimos acariciándonos olvidando que estábamos en medio de la multitud que avanzaba mirándonos sin darnos importancia.
Cuando fuimos hacia mi habitación que parecía el de una rata, nos desvestimos aun parados, y cogiendo mi miembro le decía; todo esto es tuyo; una y otra vez, ella sonreía y me acariciaba ardientemente, al culminar, al conseguir lo que ella quería se iba, dejándome solo, sin nadie a quien acudir y pensando seriamente que posiblemente ella me odiaba, me odiaba más que a nadie en este mundo.
Como ya estaba solo me sentaba a escribir nuevamente, es el mejor momento para escribir, pero era el peor momento para vivir, quería dormirme simplemente y despertar cuando todo ese dolor pasara, pero escribía, continuaba escribiendo.
Extracto del libro de relatos "Retorno a la semilla", por Efer Soto
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