martes

Placeres inusuales.

Miriam no toleró que Diego, el chico hiperactivo del salón, le jalase el cabello. Le tiró una cachetada que imprimió parte de su mano en la piel. La mancha roja dolía solo con verla.
La profesora mandó a Miriam a dirección. Le asignaron el castigo de mantenerse durante el recreo, en la entonces aburrida biblioteca toda la semana.

No era la primera vez que reprendían a Miriam por su conducta agresiva, habían citado varias veces a sus padres. La directora les recomendó un psicoterapeuta especialista en adolescentes. La llevaron a terapia por un mes, luego Miriam se negó a continuar.

A veces, sentía alivio de recordar sucesos tan remotos, de contar lo que soñó la noche anterior esperando una interpretación inteligente, de permitirse llorar cuando evocaba peleas entre sus padres. Pero cada cita terminaba con una escena difícil de ignorar, que le quitaba las ganas de seguir adelante: la secretaria del psicólogo recibiendo setenta soles. Entendía que como cualquier doctor el psicólogo tenía que cobrar por sus servicios. Pero no se sentía bien pagando para que otro escuche atentamente sus intimidades.

Le entregaban cuentos cortos, a veces de lectura difícil para que lea y luego resuelva un cuestionario. El primer día maldijo su castigo, era agobiante tener que leer cosas que no le interesaban. Sin embargo después se dio cuenta que solo bastaba un poco de esfuerzo para comprender El Cuervo de Poe, o fragmentos de El Proceso de Kafka. Lo que ella necesitaba era un ambiente que no active sus sensores de rebeldía. La sosegada biblioteca le daba paz, tiempo para pensar en sí misma, para el autoabandono. La profesora de literatura empezaba a notar que aquel castigo se volvía una excelente terapia. El día viernes le permitió leer lo que le plazca.Miriam se paseó por los estantes, buscando títulos llamativos. Abría y cerraba los libros, cuando encontraba ilustraciones se detenía a mirarlas. En la sección de psicología habían tomos universitarios sobre el comportamiento humano, una colección de bolsillo de las investigaciones de Carl Jung, al costado de ellas un libro azul titulado La Conducta Antisocial de Sigmund Freud. Lo cogió de inmediato, se sintió identificada con el titulo. Caminó buscando una mesa alejada del mostrador para leer tranquila, sin sentir las momentáneas miradas de la profesora.
El libro relataba diversos casos de personas perturbadas con pensamientos criminales, fijaciones sexuales raras, obsesiones enfermizas. El objetivo era explicar de donde provenían tales demencias. Ningún caso le llamó tanto la atención como “el chico que usaba corsé”.

Ralph usaba el corsé de su hermana en secreto para provocarse asfixia, al mismo tiempo placer. Su primera experiencia orgásmica sucedió a los doce años, mientras su padre le golpeaba las nalgas con un látigo. La parafilia que fue desarrollando era una mescla entre masoquismo y travestismo. Pues no solo sentía placer ante el dolor, sino que las prendas femeninas de aquella época, una vez puestas le otorgaban sensaciones inimaginables. Todo empezó a temprana edad, cuando retenía a voluntad sus excreciones hasta el punto de que el cuerpo no resistía y terminaba orinándose en los pantalones, o defecando en su trusa.
Miriam no entendía porqué la lectura le resultaba tan incitante. Al sonar el timbre guardó el libro en su mochila, y se despidió de la profesora. Se reía pensando que le gustaría tener el corsé de Ralph a su disposición.
Llevaba el libro a todas partes, lo leía mientras almorzaba, sentada en la taza del inodoro, en el bus rumbo al colegio, antes de dormir, en cualquier lugar. Cuando algún profesor le preguntaba qué leía ella decía que era una novela, una antología de cuentos, u otras ocurrencias. Pero nunca la verdad. Su repentino interés por la lectura alegraba a sus padres, pues nunca habían visto a su hija tan aplicada.

Pasaron cuatro días, ya había leído todos los casos. Sin querer aprendió mucho sobre el fetichismo, las psicopatías, las parafilias. Todos tenían algo en común, comenzaron como una obsesión, la alimentaron hasta la gula, y terminaron enloqueciendo. Freud sostenía que todos poseemos una parafilia. Para saber cual es, solo bastaría con pensar minuciosamente en nuestras fantasías.
Hay mujeres que considerándose heterosexuales, fantasean encuentros con otras mujeres, otros anhelan ser orinados, se excitan mirando pies, les fascina que le susurren obscenidades al oído, sienten atracción por niños, ancianas, muertos, embarazadas.
Sentada en la banca de un parque Miriam cerró los ojos y elevó el rostro hacia el cielo. Era confuso esto de las fantasías, pues nunca sintió atracción por ningún chico o chica. Sus compañeras en cambio intercambiaban cartas de amor, algunas fantaseaban con el profesor de ingles, otras ya habían tenido relaciones con muchachos mayores. Miriam no sabía de esas cosas, no se enamoraba, ni fantaseaba con nadie y al parecer nadie tampoco lo hacía con ella.
Su pensamiento viajaba evocando lugares, rostros, objetos, situaciones. Nada tenía carga erótica. Entonces recordó lo que sintió cuando leía el caso del chico del corsé. Lo que imaginó durante la lectura. Se ponía en el lugar de Ralph, se veía a sí misma usando un corsé, ajustándolo, obstruyendo el flujo sanguíneo. Le vino a la mente el recuerdo de esos cantantes Góticos y sus vestimentas muy ceñidas a la piel. Le gustaría llevar uno puesto, le gustaría sentir la asfixia, la presión, el dolor. Esa era su fantasía. Sonrió.

A mitad de semana estaba en jirón Quilca, había comprado dos libros que le pidieron para historia. Las paredes estaban repletas de anuncios que Miriam nunca leía, sin embargo la imagen de una pulsera con púas metálicas alrededor la hizo detenerse a mirar. El volante anunciaba el concierto de cantantes que ella desconocía, la presentación iba ser el fin de semana en la calle Santa Beatriz, en una antigua casona. El costo de la entrada era baratísimo. Sin estar segura de lo que hacía apuntó la hora y la dirección del lugar.
Los días consecutivos se mantuvo en el debate interno de asistir o no al evento.
El miedo a lo desconocido la corroía, le quitaba el apetito, la llenaba de nerviosismo. Pero sentía un fuerte impulso por conocer ese mundo, tenía la nebulosa certeza de que ahí descubriría partes escondidas de sí misma.

El viernes por a noche después de robar cincuenta soles de la cartera de su madre, creó una discusión. Así tubo un motivo para escaparse y no regresar hasta muy tarde. Pues nadie le creería que visitaría a una amiga, o que la invitaron a una fiesta.
Llego a las 8:30 pm. Al bajar del taxi vio una larga fila de personas esperando su turno para pasar, la mayoría tenía un acompañante. Miriam se sintió mejor al ver que algunos estaban tan solos como ella, y que vestían blue jeans con polos normales.
Era difícil diferenciar géneros. Parecía que todos tenían la obligación de verse andróginos. Era común encontrar rasgos muy femeninos en hombres y masculinos en mujeres. Muchos tenían el cabello largo y la cara pálida de tanto maquillaje, las sombras de los ojos creaban hoyos profundos como calaveras. Abundaban las mallas ajustadas, las cadenas, los piercings, el color negro. La gente seguía llegando, cada vez se veían más rarezas.
En un tumulto de personas que parecían espectros diabólicos, resaltaba un joven perfectamente calvo, de mirada punzante y excavadora, que recorrió de pies a cabeza a Miriam. Al llegar a la entrada el portero se rehusó a dejarla pasar.

-Tú no eres mayor de edad, no me hagas perder el tiempo. Vete.

Miriam vio esto como una señal del destino, “por algo pasan las cosas”. Talvéz lo mejor era retirarse de ese antro demoniaco. Entonces volteó para irse y le sorprendió ver al joven calvo acercarse a ella junto con sus huestes.
-Has una excepción con ella, es mi invitada –Dijo el joven, proyectando su mirada en el portero. Este mostrando confusión asintió con la cabeza.

La tomó del brazo. No le permitió decir lo que estaba pensando: no te preocupes mejor me voy. Ya dentro le dijo–Tranquila, no sabes cuanto me enoja que esos imbéciles no dejen pasar a nuevos, solo porque no se visten como nosotros.
-¿Quién eres? –Preguntó Miriam.
El joven, que parecía expresarse mejor con los ojos que con la boca. Le hizo sentir la dureza de su mirada.
-Sería más adecuando darme las gracias niña.
-Perdón, gracias. –Dijo sin mirarlo.
-No te perdones si no lo sientes, evítate de esas estupideces. Acá eres libre de vivir tu mundo, de desinhibirte. –Luego de analizar su rostro y encontrar, frustración, miedo, apetitos inconscientes, mucha curiosidad y perversión reprimida. Se despidió de ella.
-Me llamo Abraham, soy uno de los organizadores. Nos vemos. –Dijo ralentizando el tono de voz en las dos últimas palabras.

Miriam se quedó sola en el oscuro pasadizo. Avanzó junto con los demás. Sus oídos percibieron poco a poco el siniestro y pesado ritmo de la música.
Todo había comenzado, al fondo una banda tocaba sus instrumentos, la gente vivía un trance colectivo, todos seguían lo que Abraham le había dicho: “Acá eres libre de vivir tu mundo, de desinhibirte.” Se movían como querían, parecía ser un baile ritual. Miriam se acercó a la barra y pidió una Sprite. Ella solía escuchar música de piano, la consideraba relajante y armoniosa, sin embargo el tipo de música que sonaba ahí, empezaba a ser de su agrado. El lugar era vagamente iluminado con lámparas de fuego alrededor de la pista de baile. Las inmensas columnas adornadas con escultura barroca, servían para fugaces encuentros sexuales de algunas parejas.
Ingresó entre la multitud, empezaba a sentirse más segura. Todos parecían tan ensimismados. Se sentía en medio de inofensivos muñecos que obedecían la frecuencia del sonido.
Alguien la cogió de la cintura e intentó cargarla, ella reaccionó con brutalidad. Gritó, pero solo era un sonido más. Quien la tenía sujetaba era lo suficientemente fuerte y ágil para llevarla sin problemas. Vio como la multitud se iba alejando más y más de ella, estaba entrando a un lugar mucho menos iluminado. Al rato su retina se acopló y notó que estaba en un pasillo estrecho, las escaleras se dirigían a un sótano. Arriba sonaban los zapateos, la música se oía muy lejana.

-Mira, demoré un poco en encontrarlo, pero no podía permitir que pase la noche sin haber cumplido tu más preciado deseo. –Abraham sostenía algo parecido a un cilicio pero de apariencia más mortífera en la mano derecha, este se oscilaba en frente como hipnotizándola. Miriam se encontraba en la pared, con las piernas desnudas. Tenía las extremidades presas en aros oxidados, no podía escapar.
-No me hagas daño, yo no quería nada, vine por tonta. No se porqué estoy aquí. Este lugar no me corresponde.
-Las casualidades no existen, aunque no me creas sé como eres. Sé que buscas. Hoy seré tu servidor, nada más.
-Estás loco. Solo eres un demente, un pervertido. –Al principio mientras le quitaban el pantalón y apresaban, tenía miedo y ganas de llorar. No se explicaba como al ver las filudas puntas del instrumento, su temor se iba transformando en ansias y excitación. -¿Qué era eso? Si me vas a matar al menos quisiera que me informes con qué.
Abraham notó una macabra sonrisa queriendo formase en la boca de Miriam.
-Con mucho gusto. Te explicaré paso a paso. –Hizo un gesto, de inmediato una chica salió de las sombras, cogió el objeto de tortura, lo abrazó en el muslo izquierdo de Miriam, dejándolo listo para que lo ajusten. Luego se retiró.
Las puntas apenas hincaban su piel, era pesado y muy limpio. Sentía la misma emoción de quien se va aventurar a un paseo en la montaña rusa.

-Este instrumento, es muy antiguo. Sin embargo ciertos monjes aun lo usan. Su objetivo es acallar los deseos de la carne mediante el dolor. –Abraham se agachó hacia la pierna de Miriam, y ajustó con ligereza. Miriam lanzó un quejido –Luego de mortificarse unos minutos, se daban cuenta que tanto sus cuerpos como sus mentes quedaban limpias. Caía sobre ellos un sentimiento de paz espiritual, era una recompensa de Dios por haber hecho penitencia. –Ajustó con fuerza. El metal penetró sin piedad, fue tan rápido que no le dio tiempo de salir a la sangre hasta después de unos segundos. Miriam pegó un grito gimiente.
–Pero yo no me creo esas pavadas. –Continuó Abraham. –Me atrevo a especular que los monjes conocían muy bien las respuestas del cuerpo ante el dolor.
-¿Cuales son las respuestas? –Preguntó Miriam haciendo gran esfuerzo para articular sus palabras.
-La prolongación del dolor, genera placer. –Tiró de la evilla con mucha fuerza, quedándose tieso por bastante tiempo. El sótano se llenó de los gritos de Miriam. –Es como un arco reflejo. Cuando cae el martillito en la rodilla, la respuesta del cuerpo es patear. Acá sucede lo mismo.
Manos y pies inútilmente luchaban por soltarse, las puntas rozaban el hueso. Ella lagrimeaba sin parar. – ¡Un poco más! ¡Un poco más por favor! – Abraham obedeció. Miriam sintió que se había soltado como nunca, que sus gritos purificaban su interior. Tantas cosas guardadas, tantos sucesos amargos, peleas familiares, falta de amigos, traumas, miedos. Se deshacía de ellos con solo emitir sonidos de desesperación. Sintió que comprendía a los monjes, sintió que comprendía a Ralph.
–Ya está cerca niña, ya casi. –Abraham presionó una vez más. Miriam sintió que abandonaba su cuerpo. Sus ojos se elevaban como en las imágenes de los santos. Perdió sensibilidad en la piel, se sintió parte del aire. En realidad fuera de sí ella gritaba sin cesar.

Después de la experiencia, durmió relajada como nunca lo había hecho. Cuando despertó no tenía noción de donde estaba ni cuanto tiempo había pasado.
Echada en una camilla, alimentándose con suero desde las muñecas, un paño frío en la frente, sus padres la miraban, lloraban.
Se recuperó de las heridas en la pierna después de un mes, nunca dio explicaciones ni a sus padres ni a la policía.
El recuerdo de esa noche la persiguió por bastante tiempo. Su carácter rebelde y agresivo aumento, y esta vez manifestaba su forma de ser hasta en su vestimenta y maquillaje.

8 comentarios:

Lady Penny dijo...

Ufff... a estudiar y ver si me descubro alguna parafilia ¿no?

Besos rockeros!

Atenas dijo...

como es la mente, puede llegar a hacernos descubrir cosas muy extremas, muy raras y talvex muy exitantes

éter dijo...

ala fak!!... ptm k paja on!

tu si ah!... (eso lo aprendi en la chamba jajaj)

me kede pegado como mosca muerta!..

xvr on!

nos leemos!

Noche Hermosa dijo...

Sadomasoquismo...!

no que va... juju :)

Jus dijo...

interesante .. la mente oscura siempre esconde algo malo de nosotros.. saludos

Noche Hermosa dijo...

Hola, tengo para ti un detalle en mi cuevita, pásate cuando gustes, estoy de celebración...habrá champagne y fresas

Cariños Nocturnos.

Las Lunas de Cleo dijo...

Fantástico relato J.C.
Nunca dejas de sorprenderme!!
Relatas de maravilla y lo describes de un modo que uno parece estarlo viendo,:)

P.D.-Claro que ando por aquí...muy de vez en cuando, pero sigo...

besos!

Antonella dijo...

oh mi otro yo encuentra genial el relato no sabe por que le recuerda a ella cuando era chica.. u.u es como si leyeras mi mente me pregunto si miriam fue a una escuela de monjas , baah que me asusto si me dices que sí jajaj