Y empezamos gracias a los tallarines verdes, fue tan sencillo, sólo dijiste para ti suspirando, haciendo puchero, tengo hambre pero no traje plata, yo justo sacaba el taper del microondas, lo abrí, los fideos humeaban esparciendo su apetitoso aroma, de la forma más espontánea te dije que pidas un tenedor y que podía compartirte mi almuerzo. Me causó gracia que todavía lo recordaras, el tiempo no deformó ni alejó ese recuerdo, aquel punto de quiebre, nuestro repentino inicio, te carcajeabas echa una completa descarada, frente a mi, al lado de tu amiga Kelly en la cafetería, Javier tu fuiste el primero en hacerme el habla ¿Por qué ya no me invitas más tallarines? De saber cuantas cosas conversabas con ella, y siempre susurrando, muy juntas las dos, no hubiese continuado contigo ni un minuto más, aunque ¿Qué más da? Tampoco estuvo tan mal, lo que más me perturbó de todo esto, fueron los pleitos con mi familia, al darse cuenta que durante todo el ciclo sólo había asistido a clases digamos una vez por semana. Este muchacho, la promesa, el único semi-culto de la familia, el que apreciaba el arte, el que conversaba bonito, el que soñaba con ser director de cine, el que sorprendía a tía Diana y a tío Julio con su conocimiento, ellos que no les sorprendía nada, que son “nariz levantada”, pero el muchacho este resulto una decepción.
Luego vinieron los interrogatorios, ¿Y donde estabas, cuando no ibas a clases? ¿Con quien? ¿Qué hacías?... Tiendo a verme desviando el camino, tomando otro micro, excitado, mi pierna temblando, mi respiración a mil, Priscila me había dicho que vaya, ¿Qué podía ser mejor? Nuestros besos en la casa de Adrián ese gordo de lentes que siempre llegaba al salón oliendo a marihuana, que tenía una hermosa casa en las Lomas, y donde siempre tenían que ser las “reus”, después de todo Priscila aún recordaba sus palabras, las que me dijo mientras nos besábamos ahogados en Vodka, Barena, Johnny Walker, frente al televisor plasma de setenta pulgadas el cual se prendió sin querer, nos movíamos tanto en el sofá que su talón presionó algún botón, o creo que yo me senté en el control, pero la pantalla se prendió con su tremendo volumen, y se reprodujo la película Godzilla, quizá no era la película más apropiada para el momento, sin embargo nos importó poco. Entonces cogiéndome las mejillas y apartando unos tres centímetros tu aliento del mío, dijiste: Tenemos que seguir viéndonos, un día vente a mi casa. Continuamos besándonos desesperados, con la ropa estorbándonos, en nuestra ebriedad aún guardábamos algo de pudor, es que al otro lado de la pared estaban todos, Adrián, Percy, La chata Irina, Cinthia, Antonio, Cabro loco, La gorda Maricella, Otilia, Rogelio, etc. Aún así mientras saboreaba la sal de tu piel que brotaba y se concentraba en tu cuello, con tus manos me empujabas hacia abajo, y yo aún primerizo, ingenuo, sin entender que querías, pero tú, con el deseo fluyendo dentro de ti fuiste clara y directa, te quitaste las pantys negras tan húmedas y pesadas por el sudor, después fue la trusa, levantaste la falda de jean, volviste a empujar mi cabeza, al fin lo comprendí… Tu pecho subía y bajaba con tu agitada respiración, clavabas las uñas en mi cuero cabelludo, no me mirabas, no se qué mirabas, pero no era el florero, ni la cortina, ni la pared, no se qué mirabas, no mirabas nada, tus ojos ya no servían para mirar, porque se ponían blancos, y tu boca se abría como buscándole labios al aire, las uñas, tus benditas uñas, creo que me sacaban sangre, pero después vino algo peor, no solo me acuchillabas ahora me asfixiabas con tus muslos, tu vientre se ondulaba, te abriste más la blusa, me detuve, te vi temblando, tus bellos senos todavía solicitaban obscenidades, y me bajaste el pantalón, y al fin nos unimos con la misma desesperación. Un cuerpo pesado se desplomó de pronto sobre el suelo, de todos modos no me interrumpió, pero volteé a mirar quien era, en el segundo antes que con una cachetada me obligaras a seguir mirándote, vi que era Adrián que de seguro hizo alguna mala combinación de Cerveza, hachis, Whisky, y Marihuana, esa especial que le costaba veinte dólares y le hacía ver al mismísimo Bob Marley montado en un león de babilonia, como era de esperarse su cuerpo no lo resistió, pero estoy seguro que no era lo mismo por dentro que por fuera, pues tenía los ojos entreabiertos y una tenue sonrisa: o nos podía ver, o simplemente estaba delirando. Nosotros también lo hacíamos, nada nos interrumpía ni siquiera los rugidos de Godzilla en mi espalda.
Después de esa noche de jueves en que nos reunimos a hacer la tarea de Fundamentos y que terminamos en borrachera, estaba dudoso que si todavía mantenías en tu cabeza aquellas palabras que me soltaste ¡Que alegría! pues sí, el lunes después de la aburrida clase de Lenguaje audiovisual durante el breack buscamos un lugar en el jardín bajo el sol radiante, y conversamos mucho, ni entramos a la clase siguiente, te burlabas de cómo mi boca temblaba cuando te acercabas demasiado, no lo podía evitar, tu hermosura me intimidaba, sentirte tan próxima me estremecía. Noté que tenías una capacidad mental sorprendente y predilecta para los detalles, recordabas todo, cuando terminó la noche habíamos quedado no dormidos sino desmayados, sedados, a mi me costaba un poco recordar algunos sucesos, incluso lo de Adrián, quien me lo recordó fuiste tu, y sobre todo no le eras indiferente a la petición que me hiciste de ir a tu casa, entonces sin perder tiempo intercambiamos números, e-mails, me diste tu dirección, vivías en San Borja a sólo veinte minutos de mi casa.
Todavía días después pretendía seguir siendo buen muchacho, llegando puntual, haciendo mis tareas, aunque pasando el viernes todos ya sabían que había estado encerrado con Priscila en la sala de Televisión, quizá Adrián en realidad no estaba totalmente inconsciente cuando cayó al suelo y vio todo, y luego fue con el chisme, pero saber que me había “comido” (Como ellos decían) a Priscila hacía que siempre me acorralen para que les cuente mi versión de lo que pasó, entonces me jalaban con ellos, al hueco antes de Molicentro, donde tomaban latitas de Pilsen, fumaban Luckies o Marlboros, si estaba Adrián lógico que también se ponían a fumar hierba, cuando el wiro llegaba a mi me animaba a darle unos “toques” y seguía rotando, y con el humo venía el relajo, las ganas de filosofar, dejar que el alma se exprese, de repente la hierba me daba ciertas cualidades de orador, en todo el tiempo que conté lo que pasó nadie me interrumpió y prestaban una inmutable atención con sus rostros de completos idiotas. Que loca tu historia man, ¿Y ahora? ¿Te la vas a seguir comiendo? Preguntó Adrián, Me pidió que vaya a su casa uno de estos días, Le respondí. Luego cada uno se animó a contar sus experiencias desde púberes hasta las últimas del fin de semana y se nos pasó la tarde.
Contaba los minutos para por fin llegar, tomé la “W” por la ventana veía el tanque de San Luis, las torres de San Borja, Javier Prado, la vía expresa, las casas se ponían bonitas, eran casi las diez, los condominios, las farmacias, los grifos, los bancos, al ver el centro de la Naval mi pierna temblaba aún más, tenía que bajar en la calle Beethoven, andar a pie un par de cuadras, doblar a la derecha, tocar un intercomunicador, decir quien soy, la puerta de abría con un interruptor, subir tres pisos. Cuando toqué el timbre de su departamento escuché ladrar un perro, al abrirse la puerta vi lo que menos me esperaba, un hombre tal vez de veinticinco, bastante alto, cabello corto, ojos pardos, pecho velludo, se notaba ya que su bata no estaba tan ajustada, estaba descalzo, me echó una mirada rápida e insolente, Hola, ¿Si?, Quise pensar que me había equivocado de departamento y dar media vuelta, pero por el intercomunicador la voz de Priscila me dijo, Sube es el 305, días antes ella me comentó que sus padres estaban en Chiclayo, que le mandaban plata para pagar la Toulouse, el alquiler, comprarse ropa, me hizo entender que vivía sola. Tras él de pronto escuche su voz, Carlos ¿Mi amigo Ya subió?, Estaba tan sólo cubierta con una toalla blanca, acababa de salir de la ducha. Muy tranquila me dijo que pase y me siente un rato a esperarla, Estudiamos juntos, hoy tenemos que repasar unas cosas, Le dijo a Carlos. Él se retiró y se metió a una habitación, yo cerré la puerta y todavía sin comprender mucho la escena me senté a esperar que Priscila ponga la pieza que faltaba a este puzzle.
-Te vi, te pusiste celoso. –Me dijo tirándose al sofá y queriendo hacerme cosquillas.
-No nada que ver. –Dije yo, forzando una risa. – ¿Quien es?
-Es mi hermano mayor, ya cambia esa cara Javier, vamos a tomar desayuno.
Su hermano era cajero en un Interbank, salía a las seis pero siempre llegaba más tarde porque se iba a la buscar a su enamorada. No parecía importarle mucho las actividades de su hermana, aunque me pareció que las miradas que le mandaba no eran tan de hermano, por momentos veía que posaba sus ojos justo en su tracero, le hablaba como coqueteando, incluso hubo un momento en que después de lanzarle otra de sus miradas volteó hacia mi y me hizo un gesto con la mano levantando el dedo gordo “chévere” y guiñándome un ojo. Horas después vi en su vitrina dos portarretratos, donde estaban los que debían ser sus padres y los dos hermanos adelante todavía pequeños, y a los extremos posiblemente los abuelos. Nuestras supuestas clases también solían terminar a las 6 de la tarde, pero habíamos decidido al menos ese día no asistir. No imaginaba que desde ahí empezaría a faltar casi todos los días por ir a su casa y estar en la cama con ella todo el día, haciendo pausas tan solo para tomar agua, ir al baño, pedir delibery al Pizza Hut, o jugar con esa perrita cocker negrita tierna y juguetona que tenía un lazo rojo en la cabeza, para luego volver a revolcarnos. Durante varios días no pisé Toulouse Lautrec por ningún motivo, pero una vez me aparecí sólo para comprarle un poco de marihuana a Adrián, ella me lo pidió, y en su casa nos la pasamos fumando porros cada dos horas. Imaginar que durante todo ese tiempo sólo vivía para fumar y fornicar contigo, era todo un placer, me resultaba divertido que atontados por el humo con los prejuicios incinerados nos permitíamos por instantes ser uno, y en el inmenso placer que me daba tu compañía, el tiempo que me prestabas, las conversaciones en las que nos perdíamos, conversaciones vagas pero larguísimas, dejé que dentro de mi se revuelvan los sentimientos hasta creerlos plena templanza, equilibrio, y culminó en un aturdidor enamoramiento. Algo que nunca te dije, tu espíritu libertino no permitía compromisos, el mío hasta donde sabía tampoco, pero no podía evitar caer en profundos ensueños de pasión cuando no estabas a mi lado, me gustaba pensar que por dentro de ti crecía lo mismo que se expandía en mi, de repente son desvaríos míos sin embargo tengo la certeza de que algo así pasó, de que no hacías esto a menudo, y eso que poquísimas veces hablábamos de lo nuestro enserio.
Fuiste desnudándote más y más hasta que te diste cuenta que ya no tenías nada con que vestir esa fracción de tu alma que me hacías conocer, tus vicios y adicciones ya no me sorprendían, esas pastillas de éxtasis que habitualmente tomabas incluso frente a mi, y que al principio me querías hacer creer que eran para el estrés, o dolores de cabeza, me imagino que confiabas demasiado en mi o me creías muy tonto, no cualquiera las ingiere junto a alguien conociendo sus efectos y sabiendo que el otro no desea consumir, el viaje que te hacen dar, donde uno se vuelve esencia pura, sin cuerpo, ni mente, absoluto sentimiento, absoluta absurdez, y necesita nada más que roces de afecto físico, hasta el mínimo estímulo táctil uno lo percibe con suma intensidad. El día que me animé a tomar una contigo, fue a penas me abriste la puerta, habían pasado dos meses y medio, cada vez conversábamos menos, ¿Para qué conversar? ¿Por qué no ir directo al grano? Fueron pocas las ocasiones, no me arrepiento, lo recuerdo con sentido del humor y suspirando, pasadas las ocho horas, después de llegar a mi casa todavía con algo de su efecto latente en mi, luchando por disimular para que en mi hogar no se dieran cuenta, dormir y al despertar ver ante mí en la pantalla imaginaria del techo cada cosa que hacíamos, cosas que sin ellas nunca nos atreveríamos, perdón, nunca me atrevería pues tú luego me demostraste que eras capaz de abordar cualquier tipo de desviación, el dolor en el sexo no era pan de cada día para mi, la asfixia, la sodomía, flagelación, ¡Vayas ideas las que tenías! Además de las películas bien guarditas en la parte superior de tu closet, por eso me preguntaba yo, ¿Qué hacías estudiando comunicación audiovisual? No parecía importarte en lo mínimo, pero me equivocaba, a tu modo eras una insaciable amante del cine. Lars Von Trier, ese profeta del séptimo arte, capaz de representar con plena crudeza y seducción las torceduras del ser humano, y yo que me creía gran conocedor sólo por haber visto las obras de Gaspar Noé. Esa película sobre los esposos que como terapia por la muerte de su hijito escapan al bosque donde visiones de muerte, sangrientas paranoias contaminaban sus mentes haciéndoles caer en las peores aberraciones sexuales, poseídos por demonios y fantasmas psíquicos, si fuera por ti te hubiese gustado que te corte el clítoris con una tijera de podar igual a la mujer esa.
Entiendo que para ti aquella escena de la que me hiciste espectador un viernes a las ocho, no era otra forma de compenetrar más conmigo, sí, lo sé, te llegué a conocer demasiado como para malinterpretar la situación, pero fui yo el problema, me di cuenta que la distancia que faltaba para igualar a tu verdadero ser era de repente imposible. Ni el éxtasis logró hacerme partícipe, al contrarió verte besándote con esa morena (La enamorada de Carlos) lo admito era hermosa, tanto como lo eras tu, al principio me pareció algo que podría sostener, pero ¿Tu hermano? ¿Qué hacía ahí? ¿Qué pintaba? ¿Qué pretendía? Lo mismo que ustedes, lo mismo que suponían yo aceptaría sin problema alguno. La morena de rulos presionó el gatillo, besándose contigo y dejándose tocar al mismo tiempo por él e intercalando miradas conmigo, de golpe reaparecieron en mi cabeza las miradas que te mandaba, la vez que llegue a tu casa y él estaba con la bata a penas ajustada y descalzo, de repente minutos antes habían estado en un incestuoso mañanero. ¿Y esa nausea que empecé a sentir? El mal sabor, la inquietud, un hielo filudo atravesándome. Ahora sé que si me enojé no fue contigo, ni con esa escena, ni con los otros dos, pues nunca en realidad quisiste ocultarme cosas, no decírmelas no era lo mismo que ocultarlas, además siempre permitiste que descubra y descubra cosas de ti con naturalidad, probándome. Me enoje conmigo por ser tan idiota, por dejarme arrastrar a ese territorio turbulento, ¿Y mis lágrimas? Amargas y calientes por la ira, caminando hacia la avenida me desquité con tres tachos de basura, ahora me río, las verduras, bolsas, pañales, papeles, envolturas, volaban, caían a la pista, el guachimán tocaba el pito, me importaba un comino la gente, me importé un comino yo, esa jodida pastilla recién empezaba a palpar mi cerebro, combinado con mi enojo no fue nada agradable, me la pase en un micro sin ningún rumbo en especial, y termine en la zona más siniestra de Chorrillos, y me tambaleaba, y me tiraba bofetadas para no perder por completo la razón, felizmente tenía dinero para un taxi, cerré los ojos y extravagantes pesadillas me atormentaron al quedarme dormido.
Recién volví a pisar tierra, dándome cuenta de todas las cosas que me dejaron de interesar. Al igual que yo comenzaste a ir más a menudo a clases, pues no quise volver a ir a tu casa y me imagino que por el momento nadie más lo hacía, pero sabiendo lo incómodo que me hacías sentir, te acercabas a hablarme con ironía, haciendo de todo un chiste, recordándome esos malditos tallarines verdes. Cuando tus padres se cansaron de que les tomaras el pelo y dejaron de mandarte plata, me mandaste un correo de despedida, volvías a Chiclayo, que lastima, aunque ya no me cruzaba contigo, ni te escuchaba cuchichear con Kelly, y poco a poco iba desapareciendo todo lo que me recordaba a ti, perdí por completo el interés en las comunicaciones y me entregue a la vagancia y la rebeldía, y me fue peor aún. Supe la vez que te conocí de vista antes de hablarte en la cafetería, por el folder que traías de IPP y el sticker de la Católica pegado en tu cartuchera que antes de caer en Toulouse habías fracasado en cientos de cosas, similar a lo que también pasó conmigo. Por un tiempito me preguntaba si habrías logrado emerger, sin duda alguna por ahí alguien más se atrevió a compartir el almuerzo contigo, ojala aya sido alguien más suelto, más libre, durante varios meses estuviste en no admitir, y cuando decidí un día quitarte de ese estado, ya no te conectabas nunca, me olvide de ti, pero todavía estabas en la lista mimetizada entre las demás direcciones. Dos años desde que desapareciste y desaparecí de tu vida, al verte en estado conectado un sábado a las cinco, “Priscila” y a los lados ese dibujito de la tormenta y una media luna, me hablaste primero tú, Javier, ¿Qué honda? ¿Estoy viviendo en Lima, nos comemos unos tallarines?
3 comentarios:
Muy buena la historia, un buen amigo me dijo q uno a pesar de creeerse muy liberal no lo es, es que talvez en ese moento te quedo un poco de conciencia!
WAO QUE BUEN FINAL, ¿NOS COMEMOS UNOS TALLARINES?
MÁS QUE GENIAL, NO ME PUDE DESPEGAR DE LA PANTALLA POR UN BUEN RATO.
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