No la había visto en bastante tiempo. Desde que me alejé de Matías, dejé de verla. Y un día iba caminando a una farmacia de Conquistadores a comprar un champú anticaspa (las mudanzas me dan caspa) y me encontré con Micaela, preciosa amorosísima.
Me abrazó con mucho cariño (tiempo que nadie me abrazaba tan rico) y fuimos a tomar un café a la “Baguette”. Micaela estaba más linda que nunca con su pelo largo rizado, color melocotón. Sonreía. Caminaba con aire distraído. Ella sola hacía que Lima fuese más bonita.
Pensé: si me gustasen las chicas, me podría enamorar de Micaela. Nos sentamos en la terraza y pedimos dos capuchinos. Le conté mi expulsión de la universidad, mis viajes disparatados, mi vida gitana. Se rió, me miró con ternura.
-Eres un loquito, Gabriel –me dijo.
Me miraba como miran las mamás a sus hijos traviesos. Luego me contó lo bien que le iba en la universidad: sacaba excelentes notas, ya le faltaba poco para terminar, de todas maneras se iba a hacer una maestría a los Estados Unidos. Ella siempre había sido así, una estudiante sobresaliente.
Me miraba como miran las mamás a sus hijos traviesos. Luego me contó lo bien que le iba en la universidad: sacaba excelentes notas, ya le faltaba poco para terminar, de todas maneras se iba a hacer una maestría a los Estados Unidos. Ella siempre había sido así, una estudiante sobresaliente.
Le pregunté por Matías. Se le borró la sonrisa. Me dijo que habían peleado, que no quería saber nada de él. Le pregunte por qué. Me dijo que estaba harta de él, que era un egoísta y un mañoso de lo peor. Que la trataba mal, la hacía sentirse gorda, fea, tonta. Que le había echo mucho daño. Y ya no lo aguantaba más. Lo había mandado a la mierda. Y ahora se sentía mucho mejor. Le dije que había tomado una gran decisión. Le hablé mal de Matías. Le dije que era un manipulador, que no tenía buenos sentimientos, que a mi también me había hecho mucho daño.
Eso, hablar mal de Matías, nos unió. Ella y yo teníamos algo muy fuerte en común: odiábamos al chico del que ambos nos habíamos enamorado (claro que ella no sabía que yo también me había enamorado de Matías)
Cuando terminamos los cafés, me llevó de regreso al hostal. Yo quise irme a pie pero ella insistió llevarme. Tenía un carrito muy coqueto, un VW blanco. Me dejó en el hostal (le pareció linda esa casa vieja, como de muñecas, cubierta por enredaderas) y me prometió que iría a visitarme de vez en cuando. Me encantó encontrarme con Micaela.
Ella cumplió su promesa. Iba a visitarme de vez en cuando. Pasaba por el hostal ciertas tardes después de clases. Subía a mi cuarto, nos sentábamos en el bacón (le encantaba el balcón, decía que soñaba con vivir en una casita así), hablábamos horas (me contaba los pleitos con su mamá, que tal le iba en la Católica, chismes de sus amigas del colegio, sus enamorados antes de Matías) y después nos íbamos a tomar lonche a nuestro café favorito, el D´Onofrio de la calle Dasso.
Yo no sentía ninguna atracción física entre los dos. Era sólo amistad, compañía, ganas de hablar. Y salir a la calle con ella era un placer. Uno se sentía bien de caminar con una chica tan linda al lado. Yo pensaba mucho en ella, en Matías. Me preguntaba si habían llegado a hacer el amor. A veces me masturbaba pensando en ellos. Los imaginaba haciendo el amor mirándome.
Una tarde después del D`Onofrio fuimos al hostal. Yo había comprado marihuana esa mañana. Le conté a Micaela que de vez en cuando seguía fumando un tronchito para alegrarme la vida, para sentirme menos solo. Me preguntó si también me metía coca. Le mentí: le dije que Matías me había invitado una vez, pero que yo nunca más había jalado. Se puso furiosa con Matías: sabía que el fumaba sus tronchos, pero no que se armaba con coca. Le dije que Matías era un coquerazo. Lo odió todavía más. Nunca había sospechado que su enamorado fuese un coquero. Menos mal que había peleado con él. Lo odiaba.
Una tarde después del D`Onofrio fuimos al hostal. Yo había comprado marihuana esa mañana. Le conté a Micaela que de vez en cuando seguía fumando un tronchito para alegrarme la vida, para sentirme menos solo. Me preguntó si también me metía coca. Le mentí: le dije que Matías me había invitado una vez, pero que yo nunca más había jalado. Se puso furiosa con Matías: sabía que el fumaba sus tronchos, pero no que se armaba con coca. Le dije que Matías era un coquerazo. Lo odió todavía más. Nunca había sospechado que su enamorado fuese un coquero. Menos mal que había peleado con él. Lo odiaba.
Prendí un troncho. Para mi sorpresa, ella se animó a dar un par de pitadas. Me contó que había fumado varias veces con su hermano Santi y le había perdido el miedo a la marihuana. Apagué el troncho para no ponernos demasiado tontos. Nos sentamos en el balcón. Le pregunté como se sentía.
-Con sed.
-Yo también.
-Vamos a tomar algo.
-Yo también.
-Vamos a tomar algo.
Fuimos caminando a Conquistadores y en el camino nos dio un hambre mortal y terminamos devorando dulcecitos de Cherry. Nunca había visto a Micaela con tanto apetito. Comió un merengado de chirimoya, dos alfajores, un pionono y todavía tuvo hambre para compartir una torta de chocolate conmigo. Cuando salimos, nos sentíamos gordos, felices y culpables.
Fue rico fumar y tragar con Micaela. Creo que a ella también le gustó, porque siguió viniendo al Hostal y fumando marihuana conmigo en el balcón. Fumaba muy poquito, dos o tres pitadas, nada más. Le tenía respeto a la marihuana.
Fue rico fumar y tragar con Micaela. Creo que a ella también le gustó, porque siguió viniendo al Hostal y fumando marihuana conmigo en el balcón. Fumaba muy poquito, dos o tres pitadas, nada más. Le tenía respeto a la marihuana.
Una tarde nos besamos. Habíamos fumado. Estábamos sentados en el piso del balcón. Lo que comenzó como un juego (a ver quien tiene caspa, ella revolviendo mi pelo, yo el suyo) terminó en un beso largo y lento.
Micaela besaba rico, olía rico, miraba rico. Quise tocarle las tetas pero no se dejó. Me dijo que era virgen.
-Yo también –Le dije.
Se rió. No me creyó. Pero era verdad. Nunca había tenido sexo con una mujer. Tuve ganas de preguntarle que había echo con Matías (¿Se la has corrido? ¿Se la has chupado) pero no me atreví. Antes de irse me besó en la boca y sonrió. Me gustó la sensación de haber besado a la ex enamorada de Matías.
Desde entonces, cada vez que venía a verme al hostal, hubiese o no un tronchito para compartir, nos echamos en la cama y nos besábamos y yo me echaba encima de ella y ella se sentaba encima mío, pero los dos con ropa, y ella se excitaba mucho más que yo, porque a mí no se me paraba del todo, y si yo quería tocarle las tetas o bajarle el pantalón, ella no se dejaba. Era rico besarla y verla excitada, pero yo no la deseaba gran cosa. Nada se comparaba a lo que había sentido con Matías.
Una tarde le pedí que me la corriese. No dijo nada. Sólo me miró con ganas, se sentó detrás de mí, me bajó la bragueta y me masturbó lamiéndome las orejas. Me gustó –creo que a ella también. Desde entonces, cuando se lo pedía, ella me la corría así. También me hacía jugar un juego que llamábamos la camita: ella se bajaba en pantalón hasta las rodillas y dejaba que yo pusiese mi sexo entre sus piernas blancas y blandas y ella apretaba mi sexo con sus piernas y yo lo movía hasta manchar de blanco sus piernas blancas y blandas.
Yo estaba seguro de que, si tenía paciencia, Micaela me iba a dar su virginidad. Pero una tarde ocurrió un accidente. Habíamos terminado de agarrar y ella bajo de la cama y se agachó para recoger sus zapatillas y vio una revista debajo de la cama. La sacó. Era un playgirl que yo había comprado en el puesto frente a la Baguette. La hojeó, vio las fotos de hombres desnudos y me preguntó que hacía esa revista ahí.
-Me dio curiosidad –Confesé, avergonzado.
Se quedó sorprendida. Me preguntó si era maricón. Así bruscamente:
-¿No me digas que eres Maricón, Gabriel?
Me quedé callado.
-No soy maricón –Dije- Pero creo que soy bisexual.
Se quedó sorprendida. Me preguntó si era maricón. Así bruscamente:
-¿No me digas que eres Maricón, Gabriel?
Me quedé callado.
-No soy maricón –Dije- Pero creo que soy bisexual.
Se quedó muda. Salimos al balcón y le conté todo: mis experiencias asquerosas con prostitutas, mis intentos inútiles de excitarme con su prima Andrea, lo mucho que había deseado a Matías, su ex enamorado.
Estaba sorprendida. No lo podía creer. Me preguntó si había pasado algo sexual entre Matías y yo.
Estaba sorprendida. No lo podía creer. Me preguntó si había pasado algo sexual entre Matías y yo.
-Una vez se la chupé –Confesé.
Hizo una mueca de asco.
-¿Se la chupaste? No lo puedo creer. No lo puedo creer. ¿Y yo estoy besando al mismo chico que se la chupo a mi ex enamorado? No lo puedo creer, Gabriel. ¿Sabes que? Me da asco. Todo esto me da asco.
Hizo una mueca de asco.
-¿Se la chupaste? No lo puedo creer. No lo puedo creer. ¿Y yo estoy besando al mismo chico que se la chupo a mi ex enamorado? No lo puedo creer, Gabriel. ¿Sabes que? Me da asco. Todo esto me da asco.
Estaba histérica. Hablaba fuerte, le saltaban las lágrimas. Todo había ocurrido muy rápido; el Playgirl debajo de la cama, la confesión de que si, me gustaban los chicos, y ahora, de pronto, lo peor: el chico que estaba empezando a gustarle, yo, se la había chupado al chico que más odiaba en el mundo, Matías.
Le pedí disculpas pero ya era tarde. Se fue llorando, asqueada y confundida por haberme deseado. Quise abrazarla, darle un beso, pero ella me dijo:
Le pedí disculpas pero ya era tarde. Se fue llorando, asqueada y confundida por haberme deseado. Quise abrazarla, darle un beso, pero ella me dijo:
-No, Gabriel: besarte sería como chupársela indirectamente a Matías.
Y se fue apenadísima. La llamé al día siguiente. Me contesto con voz muy seca y me dijo que necesitaba estar sola, que por favor no la llamase más.
Otro día llamó y me preguntó si el sida se contagiaba por besos. Le dije que no, imposible, pero sentí que no se quedó muy tranquila.
Otro día llamó y me preguntó si el sida se contagiaba por besos. Le dije que no, imposible, pero sentí que no se quedó muy tranquila.
Micaela no regresó más al hostal.
Todavía extraño los lonchecitos con ella.
Todavía extraño los lonchecitos con ella.
Fragmento de la novela “Fue ayer y no me acuerdo” Jaime Bayly.
1 comentario:
ohh yeaww!!
leí esa novela... nostalgica esa parte!!!
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