miércoles

La domestica.

Era su silueta a contraluz, sus cabellos húmedos, toscos, bien largos, fatigaban mis mejillas. Recuerdo una sensación, abajo en mi pelvis, también un sonido generado por aquella fricción, además de un chorro de no se que fluyendo por mis muslos, quizá era medio día, pues entraba mucha luz por esa ventana, éramos solo los dos, y afuera los vecinos, un par de veces la Sra. Vilma tocó la puerta. Mi madre le hacía el favor de guardarle algún trozo de carne o pollo. Éramos de los pocos en ese edificio que por fin tenía una refrigeradora.

Ana cesó sus vaivenes para atender la puerta, acomodando su ropa en el tramo, yo escuchaba los murmullos, Ana fue a la cocina dejando entreabierta la puerta, luego volvió con una bolsita húmeda y se lo entregó, le dijo hasta luego. Regresó conmigo al camarote y se sentó encima después de bajarse el short, no usaba ropa interior, sólo se quedaba con su polo blanco percudido y muy largo. 

Continuaba con su secreta actividad, yo solo recuerdo esas imágenes, más no las sensaciones que me daban aquellos roces de piel, aquellos aromas del sudor y el calor, me imagino que me gustaban, o al menos no me fastidiaban, por eso dejaba que todo siga. Ella me besaba y gemía cerca de mi oído, cuando se aburría o medía el tiempo haber si mi madre ya estaba cerca, se sentaba con las piernas separadas apoyándose en la caoba, yo contemplaba con mirada neutra como se tocaba haciendo elipses, presionando, pellizcando, agitada, al terminar juntaba las piernas estirándolas, con una mano apretujando un seno, se ponía de costado y reposaba. Con papel higiénico me limpiaba los restos de sus fluidos. Ella volvía a hacer su trabajo, poniendo la mesa, sirviendo la comida, yo me ponía a ver tele, (Gasparin, Popeye, Garfield) Dibujos que hasta el día de hoy me generan vívidos ensueños.

Mi madre la trataba mal, ella tenía 17, la había traído de Iquitos, vivía en el puerto de Belén lugar donde se vive en chozas flotantes, el único transporte son canoas, y alrededor sólo abundan árboles. Tía Carmen que vivía en la ciudad y la tenía en su casa como empleada de hogar cama afuera, le propuso irse a trabajar a Lima con su sobrina Flor, ella se alegró y aceptó de inmediato, así fue como apareció en mi casa, bueno en ese cuarto de Jirón Ica donde antes vivía, en un sexto piso. Ana era muy social, hacía amigos con tanta eficacia, muchas veces vi a mi madre traerla de la calle, había estado jugando voley con las vecinas sin haber terminado su trabajo, le hablaba gritando, en ocasiones insultándola o marginándola, Tu viniste a trabajar, no a hacer amigos, estas aquí para cuidar a Gabriel, para limpiar, ¿O quieres regresar a la Chacra? En ocasiones era tan ofensiva que Ana soltaba lágrimas, mi madre la dejaba sola en su tristeza, se iba a hablar por teléfono con el hombre con quien para entonces salía.
Me conmovía su soledad, ella era buena conmigo, cuanto podía me gustaba andar con ella, la acompañaba al mercado, a la tienda, donde sea, ella tenía carisma con los niños, hacía bromas que me gustaban, era juguetona. Verla triste me ponía triste, me acercaba a abrazarla o preguntarle como se sentía. Mi madre se daba cuenta, y dejaba que me acerque, lo pasaba por alto.

Los días siempre iguales, para ella, que la vida transcurría en ese cuarto con ventana a la ciudad, mirar hacia fuera y ver esa extraña selva, quizá igual o más hostil que la de donde provenía. A escondidas las veces que podía intentaba conocer a los vecinos, ella llamaba la atención, era una trigueña delgada, debido a su pobre alimentación cuando vino estaba sumamente flaca, al pasar las semanas fue aumentando su masa corporal, todo se iba poniendo en su lugar, lo notaba por los piropos obscenos que le soltaban en la calle, claro que a los ocho-nueve años no comprendía esas frases ni esas miradas hasta que con los años también fui adquiriéndolas, cuando hablaba y hacía notar su dejo travieso y colorido, hacía fantasear a los chicos que recién la conocían, creyéndola fácil (Quizá lo era) la televisión siempre difundió estereotipos que ridiculizan a las mujeres de la selva, así que decir Mi vecina es una charapita, era para agitarse. Una mañana se demoró demasiado en el baño, cuando salió tenía los labios pintados y un peinado diferente con dos mechones largos como antenitas y su cabello bien amarrado. Mi madre reaccionó de inmediato, diciéndole que para que se arregla si se va volver a ensuciar, que ese peinado le caería si fuese gringa, que es una “shipiba” y que mejor lo acepte, la mando de vuelta al baño a que se quite el labial y se acomode las antenitas.

Los viernes en la noche mi madre no regresaba del trabajo, llamaba diciendo que iría a cenar con Cesar, dejaba encargado darme de comer y ver que me acueste temprano. Había escuchado las conversaciones con su amiga Vilma del al frente, que Cesar es un ingeniero con mucha plata, cincuentón, está casado pero desde hace mucho que la relación con su mujer se rompió, no existen muestras de afecto, ni siquiera intercambio de palabras, la otra la felicitaba, luego se lamentaba de que ella tiene que continuar con su marido taxista que nunca la llevaría a vivir a otro lado. Por las noches no daban dibujos animados, si mi mamá no estaba aprovechaba para quedarme despierto hasta tarde, Ana era mi cómplice, nos poníamos a jugar, o ella me contaba escalofriantes historias de brujos, demonios, seres fantasmales que cuidan las cochas o los árboles de aguaje, por ella conocí la historia del “Chullachaqui” mucho antes de toparme con los cuentos de Ciro Alegría, un ser demoniaco que a veces se enamoraba de mujeres humanas y las raptaba, si uno se encontraba con él a las seis de la tarde cuando empiezan las lluvias y aparecen las nubes negras, tienes que quedarte inmóvil, él te examinará, te olerá, con un dedo tratará de hacerte reaccionar, si logras convencerlo él dará la vuelta entonces uno de inmediato tiene que quitarle su hacha, él quedará indefenso, con ese objeto en tus manos solo te espera un futuro exitoso lleno de abundancia, de lo contrario, sino no logras engañarlo te llevará a su guarida desconocida donde eras asesinado y devorado por él y sus mujeres. No podía dormir después de aquellos relatos, entonces mirábamos juntos la televisión, daban películas de terror, dramas, las noticias, con ella vi todas las películas que me apetecieron, esas que dan  bien tarde después del anuncio: “Esta película es sólo apta para mayores de 18”. No siempre por su contenido sexual, sino también por la violencia o el lenguaje obsceno. Ella me decía, Pero Gabriel esas pelis no son para niños, me daba igual de todos modos terminábamos viendo. A veces mi madre tardaba mucho, llegaba recién de madrugada, yo me quedaba despierto hasta muy tarde con Ana. Después de media noche en el canal quince daba “Cueros” un programa de mujeres desnudas que se exhibían primero bien vestidas, lentamente se quitaban las prendas luego jugaban con sus manos acariciándose el cuerpo, uno de esos viernes puso ese canal sin decirme nada y miramos juntos por bastante tiempo en silencio, mi mirada bien pegada en la pantalla, mi cuerpo aún inocente sin saber exactamente que empezar a sentir, ella me miraba por momentos, solo segundos para adivinar como estoy, luego volvía a la televisión, al llenarse de seguridad de que no me perturbaba tanto mirar pornografía, estiró mi pantalón de piyama, me hizo apoyar la espalda en la repisa de la cama, y acercó su aliento tibio a mi sexo, primero lamiendo, despertándolo, mirándome haber como me comporto.

No dije nada de lo que me hizo, no sabía si estaba mal o bien, los días parecían normales, envueltos en la misma rutina, pero ella y yo sabíamos que no era así, que la rutina había sufrido una variante. Mi madre salía a trabajar muy temprano, antes que yo me fuese al colegio. Ella entraba todas las mañanas de improviso al baño mientras me duchaba, mi erección era débil, inconstante, pero ella parecía excitarse mucho con solo tocarme, sobarme untando la espuma del jabón y resbalando sus manos con lentitud sobre mis débiles prominencias. A veces entraba a la ducha desnuda a brindarme un poco el calor de su cuerpo, me sentaba en el inodoro y ella encima mío cuidando de no poner todo su peso, el coito con ella era imposible, yo era muy pequeño, aun no cabía en ella, solo nos rozábamos, ella hacía todo, yo sólo lo que podía, la prematura excitación que me despertaba era muy confusa, mas no desagradable, de pronto me encontraba imitándola, creo que con los días expresaba de manera más libre mis impulsos que por su culpa dejaban de ser los de un niño, mi boca buscaba sus senos, sus pezones, sus labios, ella me lo daba todo, solo una vez quedé disgustado, cuando de tanto rozarse conmigo se orinó en mi vientre. Me gustó su cara de estremecimiento con la boca bien abierta soltando jadeos disforzados y apretándome el hombro con una mano, pero ese líquido algo caliente no me hacía gracia.  

Me iba a recoger al colegio, me compraba chupetines, chicles, llegando a la casa como un juego inocente me empezaba a hacer cosquillas en la cama, sus dedos en mi barriga, las axilas, me carcajeaba, yo sabía a donde quería llegar, no me oponía cuando la situación cambiaba de clima, dejaban de ser cosquillas, me desnudaba de a pocos, ya no habían risas, se suprimían las palabras, era un tenso silencio lleno de movimientos, algunos sonidos que solo me eran familiares con ella, su ansiosa respiración, los cuerpos en el cubrecama, su lengua salivando, aquel es un sonido muy leve pero lo sabía diferenciar: el de sus dedos rozando mi piel, cosquilleando. Solía ponerse encima sin cesar de balancearse para después terminar masturbándose sola ante mis ojos, por lo general se desnudaba de la cintura para abajo. Me gustaban esos juegos adultos, nunca mencioné nada, a pesar que pronto comprendí que lo que hacíamos no era tan bueno, ella se asustaba cuando alguien tocaba la puerta, siempre medía el tiempo en que mi madre se demoraba en venir a almorzar para que no nos pille. Lógico que la situación era peligrosa además de sucia.

Me hubiese gustado llegar a la adolescencia y aún seguir con ella en mi casa, apuesto nos hubiésemos divertido arto, pero mi madre siempre le tuvo odio. Ella misma la había mandado a traer, pero algo en su forma de ser la irritaba, siempre andaba gritándole, reclamándole algo, solo una vez note que casi le tira una cachetada. La Sra. Romina conocida de mi madre, un día por teléfono le preguntó si conocía a alguna chica que pudiese trabajar en su casa, una ancianita que más que una empleada necesitaba una enfermera, como César al fin le había propuesto irse a convivir juntos en un departamento bien grande en San Isidro, no le interesaba tenerla más consigo, así que la mandó. La anciana falleció meses después y Ana no se donde habrá terminado, por su extraña personalidad me permito pensar que quizá ella misma ocasionó su muerte para robarle algunas cosas, la viejita tenía dinero y varios objetos valiosos, pero vivía junto a su hermano también anciano pero sordo el cual terminó en una casa de reposo, ninguno tuvo hijos, y el resto de su familia no se interesaba mucho por ellos, no la visitaban ni llamaban, y sus amistades estaban igual de próximos a la muerte además de abandonados, una cadena de indefensos ancianos deprimidos. 

Nuevo distrito, nuevo colegio, nuevos vecinos, un padrastro, nuevas empleadas, claro, con ninguna volvió a suceder algo parecido. Lo único que me quedó de ella pero no por mucho tiempo fue la costumbre de sintonizar el canal quince algunos viernes después de la media noche.


3 comentarios:

Angela dijo...

Eso te paso enserio? que loca tu empleada, y que rápido te inicio.
Relato interesante.
Saludos!

Juan Carlos Ramírez Y. dijo...

Angela: nunca dije que eso me pàso a mi... pero si creo que pasa a menudo en esta ciudad, claro no siempre el niño resulta un cómplice... Consideralo un simple relato =) Nomas. Hasta luego.

Angela dijo...

jajajaja bueno, acabo de darme cuenta que es un blog de relatos.

Y no! no soy tan cerebrito como casi todos creen...

Saludos!